jueves, 30 de abril de 2020

AMOR ETERNO Y SEGURO


AMOR ETERNO  Y SEGURO
© Juan Martín Ruiz


ILUSIÓN PROFUNDA

Son la ilusión profunda que no muere
y el sueño palpitante que navega
los que hacen que la dicha resucite
al ritmo de un amor que es mar abierto.

Bogando por las ondas de tu pelo,
bañado de misterios por la luna,
la noche de tus ojos me fascina
y a mundos primordiales me regresa.

La luz inmemorial de tu mirada
desvela la pasión que por ti siento
y el ansia de tenerte entre mis brazos.

La brasa de amapolas y claveles
me quema con los besos de tu boca
y enciende el fuego vivo de este amor.

TORMENTOS

Dios, sácame del alma estos tormentos,
tortura de estar viendo cuán lejanos
quedaron tan perdidos los momentos:
aquellos que brotaron de tus manos,

aquellos que entre asombro recibía,
los mismos que de sueño se forjaban,
que fueron tan de gozo, de alegría;
aquellos que otros mundos me mostraban.

La flor se marchitó mas su ceniza,
que impregna el aire azul de irrealidad,
entre pliegues del alma se desliza.

Besando van los bosques primordiales,
y hechizan, con total impunidad,
fragancias que se juzgan inmortales.

AUSENCIA

Esta es toda mi vida, que es apenas ausencia,
añoranza infinita que no va a terminar,
evocar noche y día tu querida presencia,
que es mi mundo perdido entre el cielo y el mar.

Entre el cielo y el mar, en lugar escondido,
donde moran los sueños y hay un bello jardín,
el que a veces vislumbro, de entre nieblas surgido,
con sus bellas barandas, las que adorna el jazmín.

Ya ni sé dónde estoy, si estoy muerto o si vivo,
ya no sé ni quién soy, o si el suelo que piso
es del mundo real, donde moro cautivo,
o es mi bello jardín, mi gentil paraíso.

¡Entre sueños, perdido, vivo yo condenado
a evocar tu perfil, tu perfil bien amado!

REYES MAGOS

Los reyes ya no vienen, como antes,
cuando esperaba ansioso su llegada,
ungidos de esplendor, de madrugada,
a lomos de camellos o elefantes.

Cargados de regalos rutilantes,
para que cuando raye la alborada
provoquen la ilusión, entusiasmada,
que brota de tan mágicos instantes.

Y para agradecerles sus presentes,
dejaba yo en la mesa del salón,
para sus majestades y sirvientes,

torrijas, mantecado y buen turrón,
selectos y embocados aguardientes,
así como un magnífico roscón.

MUNDO INVENTADO

Mi alegre corazón pasa triunfante
por ese mundo grato y tan amado,
que para mi solaz he generado
de una visión soñada y deslumbrante.

Lugar es de esplendor tan rutilante;
reside el gozo allí más anhelado,
palpita el corazón de haberlo hallado,
si bien estoy de tal lugar distante.

Mas soy yo muy feliz imaginando
que tengo allá mi hogar, allá mi vida.
Los tiernos pajarillos van cantando

al alba su tonada más sentida:
me van así sus trinos despertando
del sueño de esa dicha tan querida.

SUEÑO

Mi sueño no se sacia de soñarte.
Aquel mirar sagrado y siempre fiel
alumbra mi tormento más cruel,
tormento que me impide el olvidarte.

Te busco, te procuro en cualquier parte,
y evoco aquel aroma de tu piel,
aunque mi empeño amargue cual la hiel
de andar tras de tu amor y no encontrarte;

y ver tras el cristal de la agonía
que el viento de la muerte arrastra y lleva
aquel amor radiante que sentía:

el sueño que me hizo estremecer,
el vivo resplandor de mi alegría
que ya nunca jamás ha de volver.

AMOR DE IMPROVISO

De qué sirve esperar al amor puro,
si todo en este mundo está marcado
por la suerte fatal y a buen seguro
no existe el paraíso tan soñado.

De que sirve soñar con fantasías,
con campos verdecidos y lejanos,
si al cabo las contadas alegrías
escurren como el agua entre las manos.

Gocemos pues de Amor cual este llega,
gocemos de ese instante con fe ciega,
tan pronto como pose, de improviso.

Gocemos de esa mano que nos toca;
su amor que nos ofrece y todo evoca
será nuestro anhelado paraíso.

ILUSIÓN

Buscar ese mirar que me fascina,
que es don de la verdad y es puro cielo,
ese mirar azul que tanto anhelo,
esa ilusión vivaz que tanto anima.

Sentir que es ilusión tan peregrina,
que es ansia, que es pesar y que es desvelo,
que es triste y afligido desconsuelo,
que apenas es amor que se imagina.

Tu nombre de muchacha tan amada
resuena como un eco que intuía
ser canto de pasión idolatrada.

Tu ser que es de ilusión y fantasía,
de boca carmesí en sueño besada,
trasciende al ancho mar y a la poesía.

TRISTEZA

De noche e iluminado yo veía
aquel salón amado en mi soñar,
aquel en el que a gusto me sentía,
aquel rincón querido de mi hogar.

Soñé con ese hogar que tuve otrora,
compuesto de paredes y de puertas,
ventanas al ocaso y a la aurora,
refugio de mis horas más inciertas.

Fue así que abandonando lo que hacía,
corriendo al viejo hogar raudo subí,
mas antes de llegar ya presentía

que a nadie encontraría más allí.
La sala familiar está vacía,
la sala de ese hogar que yo perdí.

ABSORTO ANTE EL AMOR

Absorto ante el amor,
permanezco admirado
del tono tan brillante de esa flor,
del signo misterioso de su hado:

es luz que purifica,
canción que hace vibrar al sentimiento,
incienso que perfuma y se disipa
por todo el estrellado firmamento.

Amar es ver la luz viendo a la amada,
encanto en el sentir,
pisar por una tierra inmaculada.

Amar es, pues, fluir
al son inmemorial de una balada
que de este mundo vil nos hace huir.

SUEÑO DE ENCONTRARTE

Nada hay que nos impida ver muy claro
lo que este mundo ingrato nos ofrece,
en donde la ilusión al fin fenece,
así como el anhelo más preciado.

Mas muerto vive aquel que ensimismado
ignora todo aquello que florece,
pues nada ya en su mundo reverdece
y causa así dolor lo recordado.

Si al cabo cuanto vive ha de morir,
que parta para aquel lugar ignoto
llevando viva el alma y el sentir,

la flor de la pasión y la ventura;
el sueño de encontrarte y conseguir
aquello que no encuentra sepultura.

CENIZA QUE HUYE

Soy apenas un hombre que la vida transita,
como lo hacen los días, como lo hacen las horas;
soy ceniza que huye, soy humo que levita,
soy el eco distante de dorados otroras.

Soy un ente vencido que ha perdido su anhelo,
que en sus versos escribe cómo fue que voló
su verdad más sentida, su esperanza, su cielo,
y esa música amada que ya nunca se oyó.

Soy un ente que sufre y la vida cuestiono,
que cansado y sin fuerza va marchando a su fin,
en la nula esperanza y el total abandono.

Nada, pues, más espero, ni deseo luchar;
soy la cuerda quebrada de un quebrado violín,
soy el sueño perdido que naufraga en mar.

ESPERANDO

Murió hace tiempo ya cualquier anhelo
y el ansia inconsistente de triunfar;
apenas si me resta ya esperar,
sumido en un amargo desconsuelo.

Mi vida es padecer tanto desvelo,
angustias y tormentos sin cesar,
pues la siniestra esfinge del pesar
se muestra libre ya de todo velo.

Así que lo que resta de jornada,
quisiera, sin pensar, seguir andando,
ajeno a la fortuna tan ansiada;

ajeno a sueños vanos y a quimeras,
sin cuitas ni cuidados y esperando
poder al fin cruzar a otras riberas.

PORQUE MUERO

Hablando estoy de ti a las estrellas
y a toda la extensión del ancho mar,
a todo el esplendor de las esferas
que ostentan mi sentir y mi soñar.

Les hablo así de ti puesto que fuiste
el éter de misterios florecidos,
el puro amor por ti que tú ya viste,
el bosque de mis sueños más queridos.

Les hablo así de ti puesto que muero
sin comprender por qué tanto esplendor,
herido por un golpe tan certero,

marchita sin remedio cual la flor:
aquella que dio aroma a un mundo entero
regido por el ansia de tu amor.

PAPÁ

Papá,
hoy estoy comiendo solo
en un restaurante.
Frente a mí hay una silla vacía.
Imagino que estás sentado en ella,
frente a mí.

¡Hace tanto, tanto tiempo que partiste!
Pero en este momento te imagino aquí.
Estamos juntos, como cuando vivíamos
en el antiguo hogar.

Tenías tus defectos, yo también.
¡Nadie es perfecto!

Pero eras mi papá y todo me lo diste.
Mi alma se enternece al recordarte
y las lágrimas me brotan.

Sueño que estamos juntos,
uno frente al otro,
comiendo,
charlando,
bebiendo de este vino…
Como si el tiempo hubiera alterado
su imperturbable rumbo.

AMOR ADOLESCENTE

Por un frondoso pinar enlazamos nuestras manos,
y luego de andar un rato así enlazados
nos abrazamos fuertemente
y juntamos nuestras bocas por primera vez.

No hay palabras para describir
estos momento en que te tengo tan cerca.
Siento tu cuerpo contra el mío,
te estrecho todo lo que puedo
y noto cómo tus brazos y tus manos
también quieren retener, contra tu cuerpo,
todo mi ser.

Acaricio tu ondulado y nocturno cabello,
beso extasiado tus labios, tus mejillas,
tu frente, tus ojos…
Aspiro tu fragancia, y el Tiempo,
que avanza por los espacios infinitos,
se detiene para sacralizar el momento,
y para que sienta los latidos de tu corazón
y tú sientas los del mío:

corazones que mece el viento de la juventud
en el sagrado amanecer del Amor y de la Vida.

Los astros pueden seguir su rumbo.
La ilusión, los anhelos y hasta la propia existencia
pueden precipitarse en las tinieblas de la ausencia,
pero hay momentos inmortales
que vagan sin cuerpo por toda la Eternidad

EL TAXISTA Y EL ASCENSOR

Una noche un taxi nos llevó a casa.
Entonces tenía una familia y era un niño.
El taxista dijo
que vivíamos en un barrio muy bonito,
pero que era una pena que sus calles
tuvieran tantos baches.
Lo dijo dos o tres veces,
hasta que, por fin, llegamos a casa.
Nuestra casa tenía ascensor
y vivíamos en el último piso.
Yo tenía una familia y un hogar.
Era feliz, muy feliz, sin percatarme de ello.
Pensaba, en aquel entonces,
que la vida era larga, larga, larguísima,
y que el tiempo pasaba lento, lento, lentísimo.
Todo lo contrario de lo que acontece ahora...
Pero volvamos a los tiempos felices,
cuando tomábamos el ascensor
que nos subía a todos a casa.
Ese ascensor tenía un aroma espacial,
un olor entrañable que indicaba
que habíamos llegado al hogar:
a mi mundo más intimo y más mío.

TIMIDEZ

Timidez
en los aires de otrora,
en los ojos que miraron
y que miran,
y en el sueño inacabado
que palpita.

Las estrellas de mil noches
guardan el secreto
de aquellos momentos
que el viento lleva,
que navegan,
revividos.

OTOÑO

Cerré la puerta cierto día,
salí de casa y fui al parque.
Mojada estaba la tierra,
graciosa en su perfume.
Era otoño, de encantadora fragancia
y mágica melodía.
Entonces las hojas caídas no presagiaban
el ocaso de la juventud.

JARDÍN DE LA ALEGRÍA

Cantábamos en filas paralelas,
unos frente a otros,

Al jardín de la alegría
quiere mi madre que vaya,

los niños y las niñas
en el patio vecinal.

a ver si me sale un novio,
lo más bonito de España...

Una niña me había cogido de la mano
e íbamos ambos enlazados, danzando
alegremente compás de la canción.

Vamos los dos, los dos, los dos,
vamos los dos en compañía...

Luego me tocaba a mí elegir a la que más me gustase,
para hacerla mi compañera durante un rato.

Vamos los dos, los dos, los dos,
al jardín de la alegría…

CAFÉ

Cuando era niño tenía una amiguita.
Una vecina nuestra, a veces,
nos invitaba por las tardes,
a su casa, a tomar café.
Solía dejarnos solos en la cocina,
nos dejaba el café recién hecho,
en una cafetera.
Entonces imaginábamos que aquel era nuestro hogar,
en el que vivíamos juntos,
unidos por un amoroso lazo.

JARDÍN

Pensamientos…,
y la mirada perdida
entre el verdor poblado de fragancias
y el arrullo de la fuente.

Todo pasó,
hasta el dolor,
como el agua que corre.

Entre musgos y yedras
quedan quietos mis ojos:
parados,
parados como esa voz que brotaba en la garganta;
estáticos como los árboles,
que crecen y florecen
y sueñan con el mar
sin conocerlo.

ANTE EL RETRATO DE MI MADRE

No hay estrellas en todos los firmamentos
como los dientes de tu boca:
blancos, tras la sonrisa de tus labios.

No hay brillo tan profundo
como el mirar de tus benditos ojos.

No hay ondas tan altivas
como las de tus sagrados cabellos.

¡Y esas blancas manos,
hechas para mi sustento y alegría,
que aguardan por toda la eternidad!

SANTO EN EL BURDEL

¡Hola a todos!
Soy una talla en madera de San Juan Bautista.

Fue la madama del burdel donde habito
quien me compró en la tienda de antigüedades.
Llegué a mi nuevo hogar ataviado de parca vestimenta.
Apenas unas pieles mal curtidas cubrían mis vergüenzas
mientras bautizaba en el Jordán.

Una de las chicas me hizo una túnica de seda
bordada con hilos de oro.
Presidiendo mi oratorio parezco el gobernador de Galilea.
En mi honor las flores se renuevan diariamente
y se encienden velas perfumadas.

Ora postradas, ora en franca camaradería,
estas gratas señoritas me tienen por amigo y confidente.

¡Mas ay, Señor!,
ando perdido entre muslos de bronce,
pechos de nieve y esféricas caderas...
¡Qué lástima ser sólo de madera!

CARTA AL CAPITÁN TRUENO

Vuelve, Capitán Trueno;
hazlo para que todo vuelva e ser
como cuando de niño compraba en el kiosco,
una vez por semana, tus historietas.

¡Aquellos sí que era buenos tiempos!

Si no puedes volver,
al menos escríbeme una carta y dime cómo te va.

A veces siento curiosidad por saber qué fue de tu vida:
si aprobaste una oposición y te convertiste en funcionario,
o si ya te jubilaste y juegas a la petanca,
en el parque, con otros viejos,
y la pensión, con tanto recorte, no te llega a fin de mes.

O tal vez te metiste a político o a burócrata o a banquero,
y tu justiciera espada se tornó charlatanería aburrida y falsa.

Pero como la esperanza es lo último que se pierde,
en el fondo tengo la certeza de que nada de eso ocurrió

Supongo que no vuelves
porque fuiste víctima de algún hechizo,
y te encuentras prisionero en un lugar
donde no hay tiempo ni espacio;

y supongo también que recuerdas con nostalgia
tus aventuras pasadas,
y deseas volver a ver a tus fieles compañeros;
y cómo no, a tu novia Sigrid,
a la que nunca vimos con minifalda,
pero tan bella, tan rubia y tan valiente.

También supongo que en ese lugar
muchas mañanas has llorado al despertar
y ver que todo aquello pasó,
y que tu vida se consume:
sin poder socorrer al oprimido,
sin poder tomar partido por la causa justa,
sin que lo tiranos prueben tu acero,
sin poder liberar al cautivo
porque tú mismo eres cautivo.

¡Vuelve Capitán Trueno!

Rompe las cadenas de tu prisión y tu exilio,
regresa a nuestro mundo perdido,
lleno de peligros pero lleno de vida.

Vuelve porque la nostalgia duele
y no es bueno recordar cuando nada se tiene.

ROSA MISTERIOSA

Ver brillar nuevas estrellas
por el vasto firmamento,
tan amado.
Contemplar rosas tan bellas,
que acunan al pensamiento,
embrujado.

La canción de la esperanza
brota de mi corazón,
tan herido;
con acordes de añoranza
que me iluminan la razón
y el sentido.

Pasan veloces los días,
cual las hojas voladoras
al morir.
Llegan penas y alegrías,
brillan ponientes y auroras
al sentir.

Oigo la canción que evoca
lo que fue otrora mi vida,
tan dichosa:
la que a los sueños convoca,
la de la pasión perdida,
luminosa.

Por el campo verdecido,
donde la rosa de otrora
florecía,
resucitan del olvido
esplendores de otra aurora
que era mía.

De aquel dorado esplendor,
su más hermosa canción
se afianza,
y el aroma de esa flor
alumbra en mi corazón
la esperanza.

VIENEN DEL NORTE Y DEL SUR

Vienen del norte y del sur
las aves surcando el cielo,
atravesando montañas,
altas crestas, calmos ríos,
planicies, desfiladeros,
las olas del mar inmenso.

Vienen del norte y del sur
y son hermanas del viento,
del viento que las sustenta
en su mágico elemento.

Vienen del norte y del sur,
los recuerdos, los suspiros
de aquellos vientos perdidos.

PARA QUE YO ME LLAME

Para que yo me llame
por el nombre que es mío,
habré de navegar
por un desierto frío.

Mi nombre se esfumó
en el funesto día
en que partió mi ser
con toda su alegría.

Mi nombre está flotando
en un lugar perdido,
en horas que existieron
y nunca han revivido.

Mi nombre resucita
en mundos tan ignotos
que solo se vislumbran
en muy antiguas fotos.

De tierras del olvido
son de las que me alejo
si brota el espejismo
del fondo del espejo.

NOCHES...

Noches de verano,
noches de otro tiempo:
viven en el alma
y en el pensamiento.

Noches de alegría,
de gran esplendor,
donde despertaban
los sueños de amor.

Noches que no vuelven,
noches bien amadas,
guardan en su seno
bellas madrugadas;

tiempos ya pasados
que esta noche oscura
reviven el sueño
que tanto perdura.

¿Cuándo volverán
las noches aquellas,
en que se fraguaban
todas las estrellas?

POR LA CALLE AL SOL

Negros son sus ojos,
pelo negro tiene.
¡Por la calle al sol
mi Amor es quien viene!

Pasa engalanada
de la gran virtud
que es la juventud
que ostenta mi amada.
Siempre idolatrada
mi amor la mantiene.
¡Por la calle al sol
mi Amor es quien viene!

Al verla pasar
mi alma se embriaga,
y de amor la daga
vuelve a penetrar
con furia sin par,
y herido me tiene.
¡Por la calle al sol
mi Amor es quien viene!

MEMORIA

Una suave melodía
alumbra con su relato
la noche de la añoranza
y este tan viejo retrato.

Una canción es capaz
de navegar por el tiempo,
como navega una lágrima
por la faz del sentimiento.

Un huracán de emociones
gira en pos de lo perdido,
como un ritmo trepidante
encadenado a su sino.

Por el éter del recuerdo
y aunque yo no lo quisiera,
transita el eco inmortal
del esplendor de tu estrella.

EL TIEMPO SE ME AGOTA

Cuánto tiempo hace que espero
mi retorno y salvación
en los versos que recito,
a despecho del certero
tormento que al corazón
da mi destino maldito.

Cuántas noches he añorado
la canción de la alegría.
Cuántas lágrimas afloran
por la luz que ya ha menguado:
la que otrora fuera mía
y los sueños rememoran.

Cuando mis versos escribo
voy desvelando momentos
de canciones del pasado,
y lo que apenas consigo,
lagrimas son, y lamentos,
por perder lo más amado.

El tiempo pasa impasible
y me acabo y me consumo,
mientras el llanto es quien brota:
pues añoro lo imposible,
pues mi anhelo es solo humo
porque el tiempo se me agota.

CAPRICHO DEL HADO

¿Quién genera mi lamento?
Tormento.
¿Quién me impide ver el cielo?
Anhelo.
¿Quién me abrasa el corazón?
Pasión.
Ando pues sin solución,
pues el capricho del hado
a los tres me tiene atado:
Tormento, Anhelo y Pasión.

TRISTEZA SIN FIN

Lleva el río profundo
la palabra tan leve,
la de los tiempos idos
y el instante tan breve.

¡Cuánto sueño que brota
de pasados momentos!
¡Cuánta ausencia que crea
los más duros tormentos!

La ilusión va forjando
lo que no ha de volver,
la fragancia de otrora,
el verdor del ayer;

lo que nunca regresa,
lo que fue y no será,
lo que estando ya muerto
nunca más morirá.

GENUINO ESPLENDOR

En un tiempo muy remoto,
por algún conjuro ignoto
sentí la vida cantar.
Fue la canción de otra era,
de una hermosa primavera
de acento tan singular.

Vago por estos lugares
en que ausentes de pesares,
libres, mis ojos miraban.
Sin saber bien cómo fue,
ni una causa ni un porqué,
todos los sueños acaban.

En estas horas de invierno
algo se torna más tierno
y calma mi desventura;
pues se encienden los faroles,
los fugaces resplandores
del parque en la noche oscura;

parecen nuevas de auroras
que me retornan a horas
de genuino esplendor,
cuando alegre amanecía
un alma que florecía
a despecho del dolor.

SOÑADO FIRMAMENTO

Tan solo
el paso leve del viento
revive en el sentimiento
mi hora,
e imploro
para al fin poder sentir
cuanto no pude vivir
otrora.

Te siento,
aunque el tiempo haya pasado,
aunque te hayas olvidado
de mí,
y aliento
la esperanza de encontrarte,
pues nunca dejé de amarte,
a ti.

Me atrapan
los parajes añorados
y los días tan amados,
tan idos;
y escapan
lagrimas de estos mis ojos,
desterrados y entre abrojos,
perdidos.

Yo soy
el que ama lo que ha muerto,
quien naufraga en mar incierto,
soñando;
y estoy
de dolor crucificado,
y entre ondas del pasado,
boyando.

Cautivo,
llevo en mi alma, llevo en mí,
grabado cuanto perdí,
a fuego.
Revivo
y en la magia de un momento,
en soñado firmamento,
navego.

TAN FUERA DE CONTROL

Cual es la luz del sol,
tan alta fue mi dicha,
y hoy anda mi desdicha
tan fuera de control.

Por sueños inmortales
corrió la juventud
con la alegre virtud
de tiempos tan vitales.
Mas queda en los anales,
en un bello arrebol,
aquel cielo distante,
tan fuera de control.

Y han quedado las rosas
que otrora florecían
sin saber que serían
espinas dolorosas,
al evocar las cosas
que en un rojo crisol
fundiolas el destino
tan fuera de control.

VAGO POR DONDE NACÍ

Vago por donde nací,
por un mundo singular,
donde moran espejismos
y la luna va regando
sueños que vienen y van.

Por los bordes de la aurora
cabalgan raras visiones,
brillan mágicos reflejos;
tocan los duendes la lira
que hechiza los corazones.

A cada paso que doy
todo muda, todo cambia:
lo que fue pesar, es dicha;
el gozo se torna llanto
y el cuerpo se vuelve alma.

Y cuanto el sueño edifica
el viento lo desmorona.
Suena apenas por el aire
el arpa de la añoranza,
que llorando, se demora.

BELLO JARDÍN

Por el centro del río van nadando los patos.
Para medir los versos he de contar hiatos.

Voy contando y midiendo lo que mide el jardín,
a donde iba Susana, que tocaba el violín.

El jardín era hermoso, era hermosa la flor,
cuan hermoso era el canto del gentil ruiseñor.

Por tan bello lugar ya pasó mi alegría,
pues pasó la muchacha, la que tanto quería.

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Canta la cigarra su bella canción
mientras que la hormiga vuelve al hormiguero:
ella va en silencio, va por el sendero,
llega a su morada oyendo ese son.

Hay voces que dicen que es una holgazana,
porque la cigarra canta y no trabaja,
e incluso que a veces juega a la baraja
y se va de farra si le da la gana.

Pero lo que es cierto, es que su canción
hace que la dicha, como el aire, llegue;
mientras que su son a todos nos cede
aires de esperanza, ritmo al corazón.

Todas las hormigas aman ese canto,
porque su trabajo torna más ligero
el ritmo armonioso, cálido y sincero,
de esa gran amiga que es todo un encanto.

Y cuando en invierno la tierra se hiela,
en el hormiguero tienen un cuartito,
lleno de viandas y bien calentito,
donde la cigarra canta una zarzuela.

MAR CONTAMINADO

¡Oh, Mar Salado!, altivo y tan bravío,
fuente de inspiración de tantos bates,
en tertulias, monólogos, debates...
¡Tú que ostentas poder y señorío!

Han cruzado por tus aguas los piratas,
los bajeles de Basora hasta Ceilán,
bucaneros y la flota del Gran Kan,
y marinos que iban siempre en alpargatas.

Hoy te ves lleno de mugre, de basura,
y de plástico tu seno está plagado.
Sean desechos de un cuartel o de un mercado,
todo arrojan a tus aguas sin mesura.

CUERPO Y METEOROLOGÍA

Nieva mucho por aquí,
hace un frío que me espanta,
que congela la garganta,
y cuando el clima está así:
¡cuánto se añora una manta!

Esto de andar desvestido
o bien a cuerpo gentil,
siendo diciembre y no abril,
me hace perder el sentido
porque no es nada sutil.

El frío me está dejando
los pies tan agarrotados,
los testículos helados,
¡y como siga nevando
he de quedar congelado!

¡Cuán profunda desazón!
¡Con tiempo desapacible
es que sufro lo indecible,
se me nubla el corazón
y se me hace imprescindible

ese tu cálido amor!;
pues es toda una gozada,
a despecho de la helada,
entonarme con tu ardor.
¡Oh mi Bien! ¡Mi dulce Amada!

GORRIONCITO AMOROSO

El gorrioncito amoroso
tiene hambre y pide pan.
Viene alegre, presuroso,
baja raudo del desván.

Yo le di un buen pedacito
del bizcocho que tenía;
y le resultó exquisito:
bien lo sé, pues salta y pía.

Él llamó a la gorrioncilla
con la que vive contento,
por si acaso le placía
disfrutar del alimento.

Bajó pronto el avecilla
a juntarse con su amado,
y fue a posarse en la silla
donde él se había posado.

Así los dos, tan felices,
dieron cuenta del bizcocho,
y se fueron a dormir
pues eran más de las 8.

MORIR DE AMOR

Debajo de un chopo
de hojas temblorosas,
cantan las cigarras,
vuelan mariposas.

Un lindo rosal
cerca se encontraba,
donde, tan feliz,
la avispa libaba.

Hubo otrora allí
un grillo muy lindo,
llamado por todos:
Grillo Gumersindo.

Ese buen grillito
tuvo un gran amor,
que era mantenido
con celo y fervor.

Apenas la noche
teñía la floresta,
los grillos reunían
su mágica orquesta;

mas nuestro grillito
no se concentraba,
porque a su querida
ya nunca la hallaba.

Y así, noche y noche,
y así, día tras día,
por más que buscaba
nunca aparecía.

El buen Gumersindo
la vida dejó
porque sin su amada
de pena murió.

De ese amor tan grande,
de fama notoria,
por todo el rosal
se guarda memoria.

Hace ya algún tiempo,
como era mi amiga,
eso me contó,
Rosita, la hormiga.

Lo mismo contaba
el grillo Fujita,
el gran samuray
que viste levita;

así como Elena,
la abeja jovial,
cuando de mañana
hacía su panal.

INSECTOS

¿Quién chupa sangre un poquito?
Mosquito.
¿Quien come moscas con saña?
La araña.
¿Quiénes se llevan las migas?
Hormigas.
Son, pues, esas mis amigas,
las que se han de alimentar
de forma tan singular:
mosquito, araña y hormigas.

BANDIDO

Me encontré con un bandido,
allá por Sierra Morena,
entregado a su faena
y por ello perseguido.
Él nunca hubiera querido
ejercer tal profesión,
mas le nubló la razón
el ejemplo de un gobierno
que al pobre manda al infierno
y dignifica al ladrón.

ME SACAN LA MANTECA

Lo atribuyen a un mal fario,
mas no pago la hipoteca
pues me sacan la manteca
en un trabajo precario.
Tengo un mísero salario
que para nada me alcanza,
en cuanto llenan la panza
políticos y banqueros,
que nos roban los dineros
sin medida ni templanza.

AMORES

Esos parpados hermosos,
mi soñada Ana María,
¡son ventanas de tus ojos
y hechizo del alma mía!

Mi corazón, afligido,
por Amparo es un clamor.
¡Está triste y malherido
porque rechaza mi amor!

¡Mi cariño es verdadero,
mi soñada y bella Ester!
¡Y con certeza me muero
si ya no te vuelvo a ver!

¡Ay, mi amada Margarita,
tú tienes nombre de flor!
¡Eres morena y bonita
pero no me das tu amor!

¡Ay, mi Rosa, mi morena,
no puedo vivir sin ti!
¡Me besaste en la verbena
y ya nunca más te vi!

¡Ay, Maruja de mi vida,
cuando te veo pasar,
mi corazón en seguida
late y late sin parar!

¡Ay, Anita, mi mulata!
¿Por qué eres así, tan fría?
¡Tu indiferencia me mata
y vivo sin alegría!

¡Aurora, mi gran pasión,
con nombre de madrugada!
¡Me robaste el corazón
En una noche estrellada!

¡Ay, Laurita, mi gitana,
hechizado por tu cante,
por tus ojos, mi tirana,
yo te sigo a cualquier parte!

¡Ay, mi Susana querida,
de ojos negros, matadores!
¡Sucumbir en ti quisiera,
fadista de mis amores!

ROMANCE DEL PERRITO PEQUINÉS

Estaban los Reyes Magos
con un muy serio problema,
pasando muy malos tragos
en situación muy extrema.

¡¡Cuán difícil resultaba
bregar con el pequinés
que tan ansioso esperaba
el niñito tailandés!!

Aunque era pequeñín
el perrito referido,
se escapó por un jardín
y lo daban por perdido.

No es que fuera su intención
ser un perro vagabundo,
sino que fue la pasión
quien lo puso furibundo.

Andaba una pequinesa
por el extenso jardín
de una dama japonesa
y un famoso mandarín.

Saeteado por Cupido
corre nuestro perro chato,
cual galán muy atrevido
a gozarla por un rato.

Mas he aquí que la perrilla
no estaba por la labor
y subiéndose a una silla
ladra presa de pavor,

despertando a todo el mundo
y alertando al rey Gaspar,
que no duda ni un segundo,
en el jardín penetrar

para hacerse con el can,
que no salió bien parado.
Cuando por fin se lo dan:
un mordisco le ha pegado

la perrita pequinesa,
además de un zurriagazo
que la dama japonesa
le atizó en el espinazo.

Y el bueno del rey Gaspar
casi se busca un disgusto;
fue acusado de allanar
y de derribar un busto.

Y cuando ya parecía
que de forma conveniente
el reparto proseguía,
el can huye nuevamente.

A pesar de lo ocurrido
sigue buscando pareja;
de Melchor el perro ha huido
y se va tras una oveja:

un óvido impresionante,
mas no era su intención
ejercer de dulce amante
de un perrito juguetón;

así pues, como insistía,
arremete contra él,
y aunque no lo pretendía
lo estampa contra un tonel.

Corre raudo Baltasar
a recoger al perrillo,
y con no poco pesar
observa que aquel diablillo

yace harto magullado;
así que le aplica ungüento,
para verlo mejorado
de suceso tan violento.

Y dando muestras de enfado,
coge al can que se fugó
para ser por fin llevado
al nene que lo pidió.

Llegan así, sin demora,
a un edificio bien alto,
que es donde ese niño mora;
y de esta historia resalto

que hay que subir un buen rato
hasta el piso ochenta y dos,
y además del perro chato,
pidió el nene unos yoyós.

No funciona el ascensor,
para complicar el tema.
¡No puede haber mal mayor
ni tan inmenso problema!

Después de tanto bregar
habrá que subir andando,
y el bueno de Baltasar
decide subir cantando;

Pero cuando se encontraba
en el piso treinta y tres,
de nuevo se encandilaba
el perrito pequinés.

A falta de pequinesa
persigue por la entreplanta
a una gatita siamesa
que al verlo mucho se espanta.

De nuevo se duele y queja,
este perro desdichado,
pues la gatita le deja
todo el hocico arañado.

Con infinita paciencia,
el pobre de Baltasar,
usando toda su ciencia
logra por fin escalar

hasta el piso ochenta y dos,
y al niño, el perro dejar,
además de los yoyós,
sin que se deje notar

su loable cometido.
Después de tanto ajetreo
el can se quedó dormido,
hasta que el suave gorjeo

de un pajarito amarillo,
cuando empieza a amanecer,
despierta a nuestro perrillo,
que asombrado puede ver

cómo una perra gigante,
descomunal gran danés,
lo mira con ojo amante
de la cabeza a los pies.

ROMANCE DEL OSO GOLOSO

Ocurrió muy de mañana:
estaba en Carabanchel
una moza muy lozana
vendiendo tarros de miel.

A comprar, este y aquel,
hasta ella se acercaban,
cuando de pronto un tonel
que dos chiquillos rodaban

por desgracia fue a romper
los tarros que ella portaba;
pudiendo la gente ver,
cuán compungida quedaba.

Mas al rato aparecía,
aunque no parezca lógico,
un oso que se decía
escapado del zoológico.

Al ver la miel derramada
la devora con fruición,
evocando otras veladas
de gozo en su corazón.

Y en su completa alegría
sus ojos miran al cielo,
olvidándose que había
mucho cristal por del suelo.


Así que sin darse cuenta
se nos hiere una patita,
y al ver la herida sangrienta
le ponen una tirita.

Curativo insuficiente
para atajar ese mal,
por lo que inmediatamente
lo llevan al hospital.

Allí empiezan los problemas;
los servicios recortados,
amén de otros anatemas
contra los osos fugados:

que si no tiene papeles…,
que si el bicho es ilegal…,
que si se comió las mieles…,
que si puede hacer el mal...

A vejación lo someten,
lo vendan en un pasillo,
en un cuartucho lo meten
y le cierran el pestillo.

Cuando todo parecía,
por conclusión evidente,
que al final acabaría
enjaulado nuevamente,

surge un príncipe gorrón;
muy ocioso él caminaba
y a raíz de aquel follón
con la moza se topaba.

La encuentra desconsolada,
con los tarros por el suelo,
y al ver que era divorciada
él le ofrece su consuelo.

Aunque era una plebeya,
estaba de muy buen ver,
y se le antoja tan bella
que la hace su mujer.

Se alojan en un palacio,
les pagamos su sustento,
disponen de mucho espacio
y saben vivir del cuento.

Como tienen adosado
un suntuoso jardín,
el oso ha sido adoptado
y lo llaman Serafín.

ROMANCE DE LOS MUERTOS ENAMORADOS

Había una vez un joven
que mucho se encandilaba
con una muchacha hermosa
a la que tanto él amaba.

Y pensando siempre el ella,
el chico ya no dormía,
por ello es que el torturado
gran insomnio padecía.

De tanto el pobre velar
iba siempre adormilado,
y sin rumbo por la calle
andaba muy despistado.

Caminaba distraído,
solo a su amada veía,
y a causa de tal despiste
al pobre pilló un tranvía.

Como era bueno y creyente,
muy pronto al cielo llegó,
y entre ángeles sin sexo
durante un tiempo vivió.

Mas su amor era tan hondo,
que la imagen de la amada,
aún en el Reino Celeste,
al pobre lo torturaba.

No se lo pensó dos veces,
a nadie lo consultó,
mas de tan enamorado
de los cielos se escapó.

Convertido ya en fantasma
por su antiguo barrio vaga,
sollozando sus tormentos,
su fortuna tan aciaga.

La causante de sus males
ni se puede imaginar
que el lamento de la calle,
de un fantasma, es el penar.

Además, como está viva
y es un ente terrenal,
ella se ha buscado un novio
y hacen el amor carnal.

Y nuestro humilde fantasma
mucho padece por ello,
y hasta a veces se arrepiente
de haber huido del cielo.

Tan nocturno y torturado
va arrastrando su gemir,
que molesta al vecindario
porque no deja dormir.

¡Mas quien ama siempre vence,
y esta noche, en un portón,
ha encontrado a un alma en pena
Que llora su desazón!

Es una muerta muy linda:
un fantasma, como él,
que llora por la traición
de un novio que no fue fiel.

Así que ambos despechados,
ambos muertos por amar,
se encandila uno del otro
y dejan ya de evocar

a aquellos que no merecen
recibir amor tan puro.
¡Y uno al otro se han jurado:
amor eterno y seguro!


FIN

martes, 21 de abril de 2020

ESTRELLAS CAUTIVAS


ESTRELLAS CAUTIVAS

Hay noches y mañanas que perduran
Dentro del corazón, como lo hicieron
Los vientos de las olas que se irguieron,
Las fuentes que susurran y murmuran.

Pesares implacables, que aunque duran,
Estancias del amor ellos abrieron
A la luz de los astros que murieron
Y ahora resplandecen y fulguran.

Estrellas que apagaron los pesares
Retoman su extinguido resplandor
Y brillan por las sierras y los mares.

¡Estrellas que a despecho del dolor
Reviven por parajes inmortales
Cautivas del embrujo del amor!

domingo, 19 de abril de 2020

pruebas


LOS VERSOS DE MONÚ




© Juan Martín Ruiz


Ilustraciones: David Roldán Sienra



11


Tal como dijo Monú, emprendimos el viaje que nos llevaría a la Tierra. ¿Pero cómo sería mi mundo, mi planeta, en 1692?

    Aún no estaba seguro de que hubiésemos retrocedido con tanta precisión en el tiempo; mas pronto saldría de dudas, pues el viaje duraría sólo dos semanas. Aunque 14 días pueden resultar pocos o muchos, según cómo se mire.

    A bordo de la nave, poco o nada teníamos que hacer las once personas que allí estábamos. De tres mundos tan diferentes: ocho xoxonas, dos terrícolas, y Monú, natural del planeta Mango.

    Todos, por unos u otros motivo, habíamos abandonado nuestra vida anterior para entregarnos a una empresa de incierto resultado. Aunque, sinceramente, creo que lo del resultado incierto no era del todo verdad. Tal vez ya habíamos conseguido el más importante de los objetivos. Fue precisamente Monú quien me lo hizo ver con toda claridad, cuando me dijo: “Tenemos que confiar ciegamente los unos en los otros”. ¡Qué contraste con el ruin egocentrismo con que los medios de comunicación terrestres pretenden anegar la conciencia de los pusilánimes!

    Para matar las horas que pasábamos ociosos, Monú, que como se dijo en su momento, era poeta o cuando menos escribía versos, se disponía a recitarnos las últimas estrofas que acababa de componer. Aunque pudimos observar, Édison y yo, que las xoxonas no parecían muy aficionadas a su lírica.

    Monú ‒dijo una de ellas‒, no estamos interesadas en ese rollo de la poesía que no hay quién entienda.

    ¡Cómo que rollo, joven arborícola, la poesía es arte!

    Noté que Monú estaba realmente indignado. Aquello de que menospreciasen sus versos le sentaba realmente mal; tan mal como a Édison la falta de café y tabaco. Pero he de observar que adjetivos como “arborícolas” u otros de ese tenor, únicamente iban dirigidos a las jóvenes xoxonas. A María le tenía tal respeto y le mostraba tal sumisión que a veces rayaba en el ridículo. Esto último me preocupó un poco, pues me hizo pensar: “A ver si, a su manera, también se ha enamorado de ella...”

    Y fue precisamente María quien le dijo:

    No te enfades, Monú...; ya sabemos que tú consideras bellos esos versos que escribes y no dudo de que tengan su aquel. Pero tal vez nosotras estemos más habituadas a asociar la belleza a otras cosas: a los amaneceres y ocasos de nuestro bello planeta, a su vegetación exuberante y sana, a las estrellas que alumbran el cielo de nuestras noches…

    Eso que acaba de decir María concluyó Édison me trae a la memoria a una poetisa brasileñas de siglo XX; se llamaba Cecília Meireles, y escribió en uno de sus poemas: “De nada sirven las palabras cuando miramos el cielo...” y dijo a continuación‒: Pero también os he informar de que, después de leer atentamente los versos de Monú, los considero ciertamente buenos, muy buenos... Son un excelente reflejo del escepticismo existencial: materia prima insustituible para muchos de los grandes poetas y poetisas terrestres. Por eso, en los muchos ratos libres de que ahora dispongo, me estoy dedicando a traducirlos, por si alguien quiere editarlos cuando estemos en la Tierra”.

    La expresión de Monú cambió radicalmente: por fin había encontrado a alguien que valoraba su arte en su justa medida.

    Lo que ocurre ‒continuó Édison‒ es que Monú, siendo un gran poeta y un extraordinario científico, es un pésimo rapsoda. Además recita en su propia lengua, poco adecuada para la lírica, según mi entender. Mas oíd la traducción que he hecho de uno de sus poemas:


Cohetes fulgurantes:

quisiera ser vuestra explosión de Luz;

quisiera violar con vosotros la penumbra

de la sombra negra,

de la sombra de la vida.


Fuegos artificiales:

pretendéis deslumbrar la noche,

mas efímero es vuestro intento.

Tan efímero como la vida,

la alegría o la pasión.

Pretendéis quebrantar el Silencio,

pero Él es el Señor de los Espacios Infinitos;

ni siquiera percibe el perecedero estrépito.


Cuán vaga es la ilusión...

y el canto de la juventud...

y el resplandor de la felicidad...

Cuán tangible es el silencio...

...y el crepúsculo...


Quedaron las xoxonas tan sorprendidas o más que aquellos alumnos díscolos a los que Édison mostró su ingenio y arte en la base marciana. Y no tengo palabras para describir la emoción que embargó a Monú al oír recitar en una lengua terrícola, y de una forma tan magistral, aquellos versos que él escribiera con tanto amor. Se fue hacia Édison y le dio un fuerte abrazo, lleno de agradecimiento y afecto.

    Nunca imaginé que estos poemas que escribí, llevado por la desilusión y el desengaño, pudieran ser recitados con tal belleza y sentimiento ‒habló Monú‒. Desde que decidí embarcarme en esta aventura estoy aprendiendo tantas cosas… ‒y dirigiéndose a las xoxonas‒: Cuando os encontré, comprendí que para vencer a la injusticia es necesario luchar; y después de haber oído recitar a Édison me he dado cuenta de cuán importantes son los buenos rapsodas para elevar nuestro espíritu”.

    Y así, con estos y otros acontecimientos, íbamos acortando la distancia que nos separaba de nuestro destino. Hasta que por fin nos hayamos, como quien dice, a un tiro de piedra de la Tierra y la Luna: sólo nos separaban de los dos bellos astros unos dos millones de quilómetros. Estábamos en una posición tal, que los veíamos completamente iluminados. Como quien pudiera ver la Luna llena y la Tierra, también llena, separadas físicamente la una de la otra, pero unidas en una lenta y majestuosa danza cósmica por los espacios; todos mirábamos extasiados. Muy acertada estaba aquella poetisa: “De nada sirven las palabras cuando miramos el cielo...”

    ¡Qué hermoso espectáculo! dijo Édison; ¡lastima que un mundo tan bello sea apenas “un valle de lágrimas”!

    Pero observé que a Monú, mucho más que la belleza de la Tierra, le impresionaba la de la Luna. No hacía más que mirarla con una especie de telescopio y observaba sus más mínimos detalles.

    Qué bello astro ‒decía‒. Cómo me gustaría retirarme a descansar una temporada allí y explorar esos bellos montes, y esas bellas planicies desiertas.

    Se notaba que de su espíritu aún tiraba algo la vertiente ascética.

    Pues no hay nada que impida satisfacer tu deseo ‒le dijo Édison‒. Puedes alunizar, en el momento que en su cara oculta desde la Tierra acabe de anochecer, pues no volverá allí el alba hasta dentro de 14 días. Disfrutarás de un excelente observatorio para ver las constelaciones, nuestra Vía Láctea, y parte de la Tierra, girando; además, podrás explorar ese astro que tanto te gusta. Muchos poetas terrestres se hubieran sentido dichosos de hacer tales cosas. La luna y su luz siempre fueron un bálsamo para sus almas atormentadas.

    Mucho me gustaría hacer lo que dices, querido amigo ‒le contestó Monú‒, mas es en la Tierra y no en la Luna donde tenemos una misión que cumplir.

    Ambas cosas no son incompatibles ‒dijo Édison, dirigiéndose a todos los que allí estábamos‒. Y puesto que convine que nuestra misión se desarrolle de la forma más discreta posible, sería muy buena idea que la nave permaneciese sobre la cara oculta de la Luna, mientras algunos de nosotros vamos a la Tierra a cumplir con nuestro cometido. He estado elaborando un plan que quiero someter a la consideración de todos:

    En primer lugar, y como acabo de decir, si la nave se quedase en la Luna, evitaríamos el riesgo de que la pudiesen ver en la Tierra, con la correspondiente alarma y sobresalto de los supersticiosos terrícolas. Una vez establecida nuestra base de operaciones en un lugar tan seguro y aún no hollado por el hombre; iríamos sólo nosotros dos ‒refiriéndose a él y a mí‒ a la Tierra. Comprobaríamos que hemos llegado al siglo y al año que habíamos calculado y veríamos la forma de ponernos en contacto con nuestra bruja, a la vez que os iríamos mandando información de todos nuestros pasos. Una vez establecidos los primeros contactos, irían a la Tierra, María y alguna de las jóvenes xoxonas; pues en el caso de que la bruja pudiese concedernos una entrevista con el Demonio, María sería la persona más indicada para exponerle sus demandas”.


12


A todos nos pareció bien el plan de Édison. De modo que la nave se fue a posar en la cara oculta de la Luna, donde, como se dijo anteriormente, acababa de anochecer. Alunizamos en el interior de un gran cráter. La superficie que teníamos ante nuestros ojos era bastante llana. Desde la nave, iluminada por la luz de la Tierra, que a la sazón se hallaba en cuarto menguante, o cuarto creciente, no recuerdo bien; podíamos distinguir cómo estábamos, a lo lejos, rodeados por una especie de cadena montañosa circular que nos envolvía y que constituía las paredes del cráter.

    ‒Ni siquiera necesitamos acercar la nave a la Tierra para dejaros allí ‒dijo Monú‒. Disponemos de un pequeño vehículo; solo caben en él cuatro personas y un robot para manejarlo. Lo usaréis para ir a la Tierra. Voy a programar al robot para que entienda el lenguaje terrestre. Así vosotros le podréis indicar adónde queréis ir y dónde queréis que aterrice; en fin, él hará exactamente lo que le pidáis. Una vez que hayáis desembarcado, retornará aquí con el vehículo.

    Dicho esto nos entregó una esfera pequeña, cuyas dos mitades estaban perfectamente diferenciadas; una parecía estar hecha de metal bruñido y la otra de cristal opaco. Después de entregárnosla dijo:

    ‒Esto es un intercomunicador de mi planeta, con él podréis poneros en contacto con nosotros en todo momento. Si ocurre algún percance o tenéis algún problema, iremos a ayudaros.

    Acto seguido se dirigió a uno de los robots y comenzó a hurgar en él por debajo de sus impresionantes mandíbulas. Al cabo de una media hora se dirigió a Édison y a mí, y nos dijo:

    ‒Ya está todo listo. De ahora en adelante, en cuanto partáis de aquí, él os conducirá a donde vosotros le indiquéis.

    Ya aquella terrorífica máquina iniciaba su camino hacia la parte inferior de la nave, cuando Édison dijo:

    ‒Tranquilo, Monú, no tengas tanta prisa; antes hemos de cargar con todos los documentos y enseres que saqué de la base marciana y que nos han de ser de gran utilidad en la Tierra.

    ‒Ordénaselo tú al robot ‒observó Monú‒; está programado para obedecer a todos vuestros requerimientos, aunque le habléis en vuestro idioma.

    Entonces Édison me dijo:

    ‒Vamos, muchacho, pídele tú mismo que recoja esas dos maletas y que las lleve al vehículo que nos ha de transportar a la Tierra.

    ‒¿Por qué nombre responde el robot? ‒le pregunté a Monú.

    ‒Puedes llamarlo “Exterminador”.

    ‒“Exterminador”, ¡ven aquí!

    Apenas dije esas palabras cuando el monstruo mecánico, que en verdad hacía honor a su nombre, dio la vuelta y se encaminó hacia el punto donde me encontraba. Me causó tal impresión verlo venir, con aquellas inmensas mandíbulas pobladas de incontables y afilados colmillos, que rápidamente me fui a esconder detrás de Monú; lo cual hizo mucha gracia a las xoxonas, que no paraban de reírse.

    ‒No tengas miedo ‒me dijo‒, el robot está programado para obedecerte y no te hará ningún daño por fiero que parezca.

    Entonces, recuperando el valor perdido, me coloqué frente a él y le ordené que recogiese las maletas de Édison y que las llevase al vehículo con el que habíamos de aterrizar.

    Descendimos todos a través de una rampa que había en el centro de la nave hasta llegar a un compartimento alargado. Dentro había un vehículo espacial con forma de melón. En la parte delantera se colocó el robot al frente de los mandos, y en la parte de atrás, donde apenas cabían tres o cuatro personas, nos sentamos nosotros con el equipaje de Édison.

    Acto seguido se cerraron las compuertas, no sin antes disfrutar de una efusiva y cariñosa despedida, tanto por parte de las xoxonas como de Monú.

    Todo ocurrió muy rápido. Sólo unos instantes después ya habíamos abandonado el platillo volante y tomábamos rumbo a la Tierra.

    Cuando estábamos a unos doscientos mil kilómetros de nuestro mundo, Édison le ordenó a “Exterminador” que diese una vuelta alrededor de la Tierra, para indicarle con exactitud el punto al que debíamos dirigirnos. Y el lugar exacto que le mostró estaba situado al sur del Ecuador, en medio del Océano Atlántico.

    Atravesamos la atmósfera y fuimos descendiendo hasta quedar suspendidos en el aire, a unos cuarenta metros sobre el nivel de las aguas del mar. Era de noche, y luego de contemplar, admirados, cómo aquella inmensa masa líquida se movía y removía bañada por la luz de la luna, Édison le indicó al robot que tomase rumbo Oeste.

    Avanzábamos sobre las aguas a enorme velocidad, A veces, sobre la superficie del mar, veíamos algún que otro punto luminoso que pasaba raudo ante nuestros ojos; como si se tratase de un barco iluminado. Y apenas había pasado una hora cuando la nave se fue deteniendo hasta quedar totalmente parada.




LOS VERSOS DE MONÚ (capítulos 1 a 10)




LOS VERSOS DE MONÚ




© Juan Martín Ruiz


Ilustraciones: David Roldán Sienra



1


Mi historia como subalterno de cosmódromo comenzó años atrás. Tendría sólo 16 ó 17 años.

Como era muy malo en los estudios, pero muy aficionado a los viajes intergalácticos, mi padre me metió en una academia donde se preparaban unas oposiciones para mozo de carga de naves espaciales. Tuve suerte y aprobé; así que desde muy joven empecé a trabajar.

Llevaba unos cinco años desempeñando mi labor cuando me propusieron ir como encargado del servicio de limpieza a una base de Marte.

Era un destino que nadie quería, pero como era joven y el sueldo sería muy superior al que cobraba en la Tierra, no me lo pensé dos veces y acepté.

Tres meses duró el viaje, y nada más llegar a la base marciana nos hicieron un chequeo médico. Después de unos días de reposo y adaptación al nuevo mundo, nos mandaron a cada uno al lugar en el que debíamos realizar nuestro cometido. Yo fui enviado a lo que pudiéramos denominar la zona de intendencia. Aquel recinto era donde se lavaba la ropa, se hacía la comida, se almacenaban cacharros, aparatos, vestuario, alimentos, etc.

Tanto el lugar donde me encontraba como el resto de la base estaban semienterrados. Y fuera de aquel recinto clausurado sólo había un territorio inhóspito y árido, una temperatura extraordinariamente baja y una atmósfera irrespirable.

Todo aquel complejo había sido, en un principio, dedicado a experimentos científicos y a la exploración del planeta. Pasado el tiempo, y vistas las enormes dificultades e ingentes gastos necesarios para hacer habitable aquel astro, se había reconvertido. Ahora era utilizado, esencialmente, como punto de lanzamiento de naves hacia el exterior del sistema solar, a fin de buscar otros planetas habitados o habitables y así paliar las dificultades que acarreaba la superpoblación de la tierra.

Antes de incorporarme a mis labores tenía que presentarme al jefe de sección en este caso jefa. Se llamaba María de la Purísima Concepción, según me dijeron tres jovencitas que pululaban por allí. Aunque también la llamaban, “El Putón”, sin más.

Mientras esperaba en el corredor a que la tal María me llamase a su despacho, aquellas tres chicas, bastante ineducadas y deslenguadas, se quedaron a mi lado; iniciando una curiosa plática.

Mirad, chico nuevo para “El Putón”.

Sé más educada con él, no sea que vaya a abusar de ti...

¡Ojalá!, estoy deseando que "abusen" de mí...; tengo una brasa entre las piernas y necesito un bombero con una buena manga...

Después de unos instantes poblados de comentarios de ese tenor, fuéronse las tres entre risitas y chascarrillos.

Ni que decir tiene cuán grande fue mi sorpresa ante la conducta y el vocabulario de aquellas mocitas; pero el caso es que mi asombro no había hecho más que empezar. Acto seguido se abrió la puerta del despacho y apareció la tal María, que me dijo con tono afable:

Pase, joven...

Una vez dentro, encontré un espacio ordenado y limpio. Me invitó a sentarme y pude observar que se trataba de una mujer de unos 40 años, más o menos. Era mulata, más bien gruesa que delgada, y a mí me pareció atractiva. Me miró un rato y después dijo:

Tal vez te hayas encontrado ya con quienes has de trabajar. Al principio te parecerán deslenguadas e irreverentes, pero con el tiempo verás que esa forma de ser es apenas frustración e infelicidad. A ellas, en el fondo, les gustaría disfrutar de la vida y no estar encerradas en este mundo artificial.

Pues por la edad que tienen deberían estar en el instituto.

Estaban, pero como no hay forma de hacer carrera de ellas y como no saben hacer la “O” con un canuto, las mandan a ésta y a otras basas extraterrestres, por periodos de un año, para que aprendan un oficio. ¡Gilipolleces del Ministerio de Educación!; quienes tienen que aguantarlas son sus padres, que para eso las han tenido, y los profesores, que para eso les pagan.

¿Y hay más estudiantes frustrados en la base?

Sí; que yo sepa, en el gran invernadero hay otros siete: tres chicos y cuatro chicas. Pero debe haber aún más en otras zonas, hace tres meses vino un cohete lleno.

¿Y en qué consistirá exactamente mi trabajo?

A decir verdad, ni yo misma lo sé; pero supongo que será con esas tres chicas. Sus nombres son: Pilar, Susana y Petri. Así que mientras recibo instrucciones precisas, limítate a vigilar, para que no se escapen a la Tierra en alguna nave de carga.

Aquello último que oí sobre mi inmediato destino me dejó muy preocupado y muy confuso. Nunca, al aceptar el trabajo, imaginé que mi misión, aun siendo temporal, fuese la de hacer de vigilante o policía de nadie. E inmediatamente me vinieron todo tipo de pensamientos a la cabeza: “Renunciar al trabajo... ¿Pero cómo?; podía perder el empleo, y encontrar otro era una misión bastante complicada”.

Al verme María así, débil y abrumado, su voz y sus gestos cambiaron enteramente. Su matiz cortés y competente se tornó palabra amable y acogedora. Su ser mudó, haciéndose cálido y próximo, muy próximo...

Anda..., no te preocupes, aquí no vas a estar tan mal.

Esto decía a la vez que se acercaba más y más, y cubría mi mano con la suya. Acto seguido se desabrochó la parte superior de la camisa, y pude entonces ver parte de sus pechos. Eran grandes y apetecibles. Como percibió que, lejos de apartar la vista, me quedé embobado y absorto ante aquella inesperada visión, optó por quitarse la camisa por completo. Sólo el sujetador cubría parcialmente sus lúbricos pechos. Acto seguido, separándose ahora, se reclinó sobre el respaldo del sofá y cruzó las piernas, dejándolas bien a la vista.

Vamos, acércate; un poco de pasión no te hará mal...

Llevado de una fuerza de atracción incontenible me abalancé sobre ella; besándola, acariciándole los pechos y los muslos.

Poco después ella mismo me contuvo. Se levantó mientras yo continuaba echado en el sofá, y comenzó lentamente a quitarse la ropa que aún le quedaba por quitar. Cuando estuvo totalmente desnuda, observé que tenía dos largas cicatrices en el costado izquierdo; pero antes de que pudiese preguntar cómo se las había hecho, volvió junto a mí y reclinó mi cabeza sobre sus pechos. Al verme entre aquellas cálidas ubres me puse a chuparle los pezones con inusitada voracidad. Ella arrastró, con sus manos, mi cabeza hacia su vientre, y más abajo...

Anda, mamoncete, tengo algo más jugoso para ti...

Y así, jugando, jugando..., se nos pasaron las horas hasta quedarnos dormidos.

A la mañana siguiente fue ella la que me despertó. Después de desayunar me condujo por unas escaleras que subían a la parte más alta de su estancia. Desde allí, tras la cristalera, pude ver mi primer amanecer en aquel nuevo mundo. El sol, más pequeño que el que vemos en la Tierra, posaba sus primeros rayos sobre un suelo rojizo y helado. Aquella aurora marciana me impresionó vivamente. ¡Cuán diversos son los parajes del universo...!

Me mostró dónde estaba mi aposento, y me dijo que ya se pondría en contacto conmigo para indicarme en qué iba a consistir mi trabajo.

―Vete ya y arregla tus cosas. Espero que nos veamos nuevamente...

Recorrí unos 50 metros por un corredor abovedado y encontré mi cuarto. Era pequeño, pero me pareció confortable. Sólo había unas estanterías vacías, una cama, una pequeña mesa y una silla; y al fondo, un aseo. También, en un extremo de aquel habitáculo, adosada a la pared, una escalera que subía hasta una pequeña plataforma, desde la que se podía ver el exterior a través de una ventana redonda.

Exceptuando la parte central de la base, donde atracaban las naves espaciales, y dos inmensas zonas que parecían grandes invernaderos; todo había sido excavado en la roca marciana para mantener mejor el calor y protegernos de los rayos ultravioleta. Aquello era como una inmensa topera, y había que ascender unos cinco metros desde los habitáculos hasta las claraboyas que nos permitían ver el exterior. No obstante, las escaleras se subían bien, pues la atracción de la gravedad marciana es bastante menor que la terrestre.

Una vez en mi observatorio, vi que el Sol se había elevado un poco más sobre el horizonte. El cielo, en vez de azul como en la Tierra, era de un color rosa tirando a salmón, debido al polvo ferroso que corre por los aires marcianos. A la derecha se veía el centro de la base, con dos o tres torres, no demasiado altas, y una gran antena más al fondo. Y por el resto de la superficie, multitud de paneles solares a poca distancia del suelo. Por fin, a la izquierda, el espectáculo que más me impresionó: un desierto desolado y frío, plagado de rocas de todos los tamaños; todo bañado por aquella luz rosácea, fantasmagórica.

Andaba embrujado ante aquellos parajes cuando de pronto oí un barullo de voces abajo, en el cuarto. Bajé las escaleras y me encontré a las tres jovencitas de la tarde anterior.

Hola, monín, venimos a limpiarte el cuarto.

Aunque estaba todo muy limpio, andaban por allí haciendo que limpiaban.

¿Qué...?, ¿ya te has tirado a “El Putón”?

No vayas a creer que has sido el primero...

Este chico tiene muy mal gusto. Mira, yo estoy más buena, anda, acércate, que tienes cara de no haber desayunado.

A medida que pasaba el tiempo se veía que el propósito de las tres muchachas era tomarme el pelo lo más posible.

¿Por qué no te quitas la ropa para que nos distraigamos un poco?, nos aburrimos tanto aquí...

Sí, pero quítatela poco a poco, que si no, no nos ponemos cachondas.

Yo estaba cada vez más incómodo; no sabía si seguirles la corriente o decirles que me dejaran en paz y que se largasen de allí. El caso es que me senté en la cama sin saber qué hacer o qué decir.

¡Uy...!, ¡qué vergonzoso es este chico! ¡Anda, desnúdate, si no te vamos a violar!, nosotras somos decentes...

No como otras...

Seguro que con “El Putón” no eras tan tímido.

Al comprobar que permanecía quieto, sin saber cómo reaccionar:

Bueno, pues si no te desnudas tú, nos desnudaremos nosotras, a ver si así reaccionas...

Como efectivamente, empezaron las tres a quitarse lentamente la ropa, y ante el temor de que alguien pasase por allí y me pudiesen reprender, me puse serio:

¡Ya está bien!, no tengo ganas de que os quedéis en pelotas en mi cuarto; ¡haced el favor de salir de aquí!

Bueno, bueno..., ya nos vamos, no te pongas así.

A lo mejor no le gustan las tías...

A lo mejor es maricón...

No creo, estuve atenta y no lo vi salir en toda la noche del cuarto de María.

Debe ser que sólo le gustan las maduritas...

Nosotras le damos miedo...

Por fin se fueron con su acostumbrado cachondeo. Yo me quedé solo y pensativo. Me disgusté conmigo mismo al comprobar que había tenido miedo ante aquellas chicas. Yo, en el fondo, quería ser su amigo. Bien pensado, a mi edad era más lógico que intimase con ellas antes que con María.

Éstos y otros pensamientos entretuvieron mi mente durante algún tiempo, hasta que por fin, cansado ya de estar solo en mi cuarto, salí a dar una vuelta por la base.

Su configuración era lineal. Un largo túnel comunicaba todas sus dependencias; se denominaba “Vía Principal”. Por uno de sus lados se podía caminar y por el otro circulaban periódicamente una especie de carretillas eléctricas de distinto porte y configuración, que transportaban todo tipo de enseres de una a otra sección. Caminé un buen trecho por aquel corredor. De vez en cuando me cruzaba con gente que me saludaba y se interesaba por mí. Me preguntaban cuándo había llegado, dónde me alojaba, y otras cosas.

Al final me detuve ante la salida que conducía al gran invernadero. Subí por una prolongada rampa en espiral y pude ver con mis propios ojos aquella maravilla de la técnica. No era grande, era inmenso. Tendría unos trescientos metros de ancho; y de largo, a simple vista, calculé un kilómetro como mínimo. Todo cubierto de una inmensa cúpula transparente que protegía de los rayos ultravioleta, manteniendo la luz y el calor. Allí había de todo: naranjas, patatas, mangos, guayabas, chirimoyas, piñas tropicales...

Salió a recibirme un hombre ya mayor; era muy hablador, se conoce que a todo el que llegaba le explicaba los más mínimos detalles de aquella obra fantástica: cómo se obtenía el agua para el riego, cómo se mantenía la temperatura estable, cómo se filtraban los rayos ultravioleta que podían matar la vida vegetal...

Aquella profunda erudición, que en un principio pudiera resulta interesante, cuando ya se prolongaban por más de una hora comenzaban a resultar harto farragosa. A decir verdad sólo por educación aguantaba ya tan insufrible plática, llena de tecnicismos ininteligibles. Pero he aquí no hay mal que cien años dure que, de pronto, aparecieron por allí unos cuantos cerdos que empezaron a hocicar por los surcos donde crecían unos brotes recién plantados. Mi interlocutor andaba tan absorto con sus explicaciones que ni siquiera se percató del hecho. Fui yo quien lo puso al corriente de los últimos acontecimientos. Al ver cómo aquellas bestias acometían sin piedad contra su patatal recién plantado, aquella su docta predica se tornó en:

¡Esos hijos de la gran puta ya han vuelto a soltar a los cerdos!

Acto seguido se dirigió rápidamente a un interfono que había por allí:

Envíen urgentemente una cuadrilla de autómatas de seguridad.

Apenas había pasado un minuto cuando se presentaron allí cuatro robots armados hasta los dientes, y con cara de pocos amigos.

Autómata de seguridad A5 dijo con voz metálica uno de ellos; espero instrucciones, bip bip bip...; oigo y obedezco, bip bip bip...

¡Paralicen inmediatamente a esos cerdos!

Con la rapidez del rayo, y al unísono, los cuatro centuriones metálicos desenfundaron sus pistolas de rayos sedantes. Con certeros disparos dejaron a las bestias postradas, profundamente dormidas.


 2


Cumplida la misión se retiraron los robots con la misma rapidez con la que llegaron. Mi nuevo amigo se dirigió otra vez al interfono:

¡Vengan inmediatamente a recoger los cerdos que han soltado!

Al rato, del fondo de aquel vergel, vi cómo se acercaba una gran carretilla eléctrica. Encaramados a ella venían tres chicos y dos chicas; más o menos de la misma edad que mis “amigas” de la sección donde me hospedaba. Cuando llegaron a nuestra altura, dijo aquel hombre, muy irritado:

¡Cómo coño os tengo que decir que no soltéis a los animales por los sembrados!

Bueno tío..., no hace falta que chilles... ¿Qué culpa tenemos nosotros si la barrera de rayos láser se estropea de vez en cuando?

¡Qué barrera estropeada ni qué hostias, sois vosotros los que la desactiváis! ¡Si de mí dependiera ya hace tiempo que os habría mandado a la Tierra!

Pues eso es lo que queremos, ¡no te jode!, ¿o es que te crees que nos gusta este sitio de mierda...?

Y así continuó aquel dialogo durante un rato, hasta que por fin cargaron a los cerdos en la carretilla y se fueron por donde habían venido. Cuando nos quedamos de nuevo solos, se calmó un poco y comenzó a contarme su apesadumbrada historia:

La conquista del espacio está en peligro desde que a los politicastros del Ministerio de Educación se les ocurrió la abominable idea de enviar a esta panda de vagos y maleantes a los planetas que con tanto esfuerzo hemos ido colonizando. Según dicen, es para que los que no encuentran estímulos en los institutos terrestres se sientan atraídos por la aventura de una formación en otro mundo. Pero lo que en realidad pretenden, tras toda esa palabrería, es quitarse de encima a toda esta morralla; y al final nosotros pagamos el pato.

Esto ya es totalmente insoportable; al fondo del invernadero hay una granja, con cerdos, cabras y vacas. Antes había unos prados cuidados, con alcornoques, para que los cerdos comiesen bellotas. Con el fresquito que corre en Marte, curábamos unos jamones que ni los de Jabugo. Cuando se jubilaron los que llevaban la granja, pusieron allí a “trabajar” a esos granujas y está todo hecho un desastre. Si no fuese por los piensos que traen de la tierra, hace tiempo que los animales habrían muerto de hambre. Por si todo esto fuera poco, de vez en cuando, esos bandidos desactivan la barrera de rayos láser para que las bestias invadan los sembrados y se coman todo lo que pillen por delante.

Aún recuerdo cuando llegué aquí, hace ya treinta años; tendría tu edad, más o menos. Entonces sí que había buenos profesionales, gente que amaba su trabajo, y a nadie se le ocurría mandar a una panda de golfos al espacio. ¡Qué tiempos atravesamos! ¡Cómo cambia todo! A vosotros, los jóvenes, os tocará aguantar a esta chusma. Yo voy a pedir la jubilación anticipada ya mismo.

Aquella historia me empezaba a interesar. No tenía nada que ver con el rollo que me soltó al principio sobre las características técnicas de aquel invernadero. Pero cuando recomenzaba su plática apareció por allí un hombre que aparentaba tener más de sesenta años. Nada más verlo se dirigió a él:

Buenos días, don Édison, ahora mismo le estaba contando a este joven las hazañas de sus alumnos...

Y, dirigiéndose a mí:

Te presento al señor Édison; es el único profesor, de los muchos venidos de la Tierra, que no ha pedido la baja y continúa dándole clase a esos sinvergüenzas.

Hago lo que puedo por entretenerlos -contestó el aludido.

Después de las presentaciones y una breve charla, el profesor me dijo que iba a “impartir docencia” y que si quería, podía acompañarlo. Como todo parecía indicar que fuese cual fuese mi trabajo tendría que tratar con aquellos alumnos díscolos, acepté su ofrecimiento.

Avanzamos a lo largo de aquel inmenso vergel hasta llegar a la dehesa que había al fondo. Comían las vacas y las ovejas la poca hierba que aún quedaba por allí. Nos dirigimos al establo, en donde una de aquellas “alumnas”, nativa de La Polinesia, estaba ordeñando a una vaca. Sus compañeros la miraban interesados.

Buenos días les dijo Édison. ¿Aún no habéis aprendido a manejar todos los aparatos que mandaron para ordeñar?

No tenemos ni puta idea, profe; ya hace cuatro meses que cogió una baja, por depresión, el profesor que tenía que enseñarnos a manejar esos cacharros, y todavía no han mandado a ningún sustituto. Aurora sabe ordeñarlas a mano y nos está enseñando.

Eso me gusta, que tengáis propia iniciativa. En fin, vamos al aula para dar la clase de hoy.

No se puede, profe; hemos dejado allí a unos cerdos que sedaron los robots hace un rato.

Por lo menos no se despiertan hasta de aquí a dos horas.

Y cuando se despierten y se vayan, la clase olerá mal.

Seguro que se mean y se cagan dentro.

Los cerdos son muy guarros...

Pues dejemos el aula a los puercos dijo Édison y demos la clase aquí mismo.

Se encaramó al entarimado en donde se depositaban los sacos de pienso. Parecía un actor subido al estrado en sus tardes de gloria.

Una vaca, como la que Aurora está ordeñando dijo subiendo el tono de voz y modulando las palabras con ingenio y arte, no sólo produce leche. Las vacas son como las musas; ofrecen al alma atormentada del poeta su bálsamo y su inspiración. Oíd, si no, estos versos que escribiera el gran poeta brasileño Cassiano Ricardo, hace ya algunos siglos:


Te llamas vaca “Angélica”, la orejuda.
Angélica, oliendo a estiércol y a orvallo.
Cuernos en flor, adornada de bosta.
Cuadrada vaca en un cuadrado verde.
Un corro de niños alrededor,
y he aquí, súbitamente formado, un cuadro bíblico.
Cada cual en su sitio.
Todos con un cuenco de leche en la mano.
Junto a tu cuerpo que deshoja, cúbico,
cuatro cascos en el suelo y cuatro rosas
en las tetas.
Como en una xilografía.
El cielo es obeso (todo azul y grueso).
Tiene su prado, su vaca negra.
Leche de estrellas para sus ángeles (también gordos).
La tierra es acre, y magra. Es toda un sol de cal
(zodiacal).
La tierra sólo posee caminos acres
(no hay Vía Láctea) para sus ángeles magros.
Oh, vaca (angélica), no te olvides nunca
(cuadrada vaca en un cuadrado verde)
de los que en el suelo ya nacieron sin alas;
cunas que apenas calientan cuatro brasas
(sin alas, ¿cómo subirán al cielo?)
Hijos de madres enjutas,
de senos marchitos: dos frutos secos
para cada pájaro en un huerto baldío.
Déjalos revolotear alrededor de tus ubres,
que forman un solo fruto, cuadrilátero.
Que cada uno, con su propia boca, muerda
con la furia de un becerro macrocéfalo;
absorbiendo la azucena de tu cuerpo.

(Azucena... luna caliente... nieve espesa...)

José, ¡oh, Santo escogido!;
¿no fue leche de vaca (¿o fue oro, o incienso,
o fue mirra?) lo que diste a tu niño
en aquella difícil mañana, a la hora del hambre,
por tener tu esposa los senos intactos?

(Y firmes como dos dorados cactus...)


Me quedo asombrado ante aquella soberbia declamación y aquella no menos soberbia actuación. El rapsoda y el actor se fundían un solo ser. ¡Grandioso! No había palabras para describir las sensaciones que sentí al oír y ver aquello. Pero no sólo yo quedé pasmado, todos aquellos jovencitos y jovencitas, tan indolentes y maleducados, estaban igualmente impresionados. A Aurora, la que ordeñaba la vaca, se le saltaban las lágrimas. Luego de demorados aplausos le pedimos que recitase más. Édison se disculpó, diciendo que en ese momento no podía ser, pues no se había traído su libro de poemas y sólo se sabía de memoria aquél que acababa de declamar.

De aquí a dos semanas celebramos el cumpleaños de Aurora dijo una de las chicas―, y nos gustaría que preparases una de tus actuaciones para todos nosotros.

Édisón dijo que no faltaría y que prepararía algo digno de tal evento.

Yo me puse muy contento, pues también me invitaron a la celebración. Así podría conocer a aquella gente con la que, al parecer, me iba a tocar convivir. Tal vez vendrían aquellas tres chicas que tanto disfrutaban tomándome el pelo, y nos haríamos amigos...


3


—Ya que por hoy la clase no puede ser utilizada —dijo Édison—, os dejo con vuestras ocupaciones.

Luego, dirigiéndose a mí:

—Joven, ¿quiere usted venir conmigo a la biblioteca para ayudarme a hacer la selección de los poemas que he de recitar el día del cumpleaños?

Acepté encantado. Estaba muy contento de ir haciendo nuevos amigos. Salimos de la dehesa, salimos del vergel, y nos encaminamos, dando un paseo, hasta la biblioteca. Era ésta grande y confortable, de planta circular, el techo en forma de cúpula, salpicada aquí y allá de múltiples ventanas redondas que filtraban los rayos del sol, dando un tono anaranjado a toda la estancia. Me dio un viejo y voluminoso tomo lleno de poemas de otras eras. Me dijo que fuese haciendo una selección, que tenía casi dos semanas para prepararla. Él se dirigió al archivo a buscar no sé qué cosa.

Abrí el volumen que me había entregado y me puse a ojear. Había cosas muy interesante y me llamó la atención un poeta del siglo XX, llamado Juan Martín. Seleccioné uno de sus poemas:


CIENCIA FICCIÓN

Otrora, en una misión,
llegué al planeta Plutón
y encontré a una plutonisa,
que aunque no era una poetisa
me compuso una canción.

No me pasó inadvertido
el ser tan bien recibido
por tan gentil plutoniana,
y cómo, de buena gana,
sin habérselo pedido

me prestó gran atención,
o cómo en su condición
de artista y compositora
me compuso en buena hora
la más hermosa canción;

que solo un pero tenía,
por no saber qué decía
la letra de la tonada:
algo que casi me enfada
porque ansioso suponía

que era querido y amado,
pretendido y codiciado
por tan bella extraterrestre,
en aquel planeta agreste
y tan poco visitado.

Mas todo fue un craso error,
pues descubrí con pavor
que mi destino fatal,
luego de un canto ritual
danzado al son del tambor,

era el ser fagocitado
sin piedad ni compasión,
con deleite y con fruición,
luego de haber sido asado
en un horno de carbón.

Y cuando ya sin salida
me encamino hacia la muerte,
un brusco golpe de suerte
consigue darme la vida.

Suena la alarma avisando:
¡¡Llegan naves tritonianas,
que junto a tropas marcianas
la ciudad están cercado!!

Son los saurios de Tritón,
fuertemente armados
y enemigos declarados
de las huestes de Plutón.

Llegan también a luchar
cuatro legiones marcianas,
que a las hordas plutonianas
tienen cuentas que ajustar.

Con espadas luminosas
y con fusiles de rayos
ponen en fuga a los malos
las vanguardias victoriosas.

La comandante marciana
al día siguiente me cita;
a su planeta me invita
y acepto de buena gana.

Doy las gracias con pasión,
pues hubiera sido asado
si no me hubiesen salvado
con su oportuna invasión.

Y después de aquel espanto,
luego de a Marte llegar,
sueño al fin con encontrar
un amor lleno de encanto.

Eso al fin aconteció,
pues conocí a una marciana
que en cuanto apenas me vio
ya de mí se enamoró
y de tenerme, se ufana.

De color verde es mi Amor,
canta como un ruiseñor.
Son graciosas, son bonitas,
y sustentan una flor
sus brillantes antenitas.

Mas de tanto ser amado
ando un poco desvelado:
es pasional y obstinada,
ama con mucho entusiasmo
y sólo alcanza el orgasmo
a las seis de la mañana.


Seguí buscando unos cuantos más. Le fui cogiendo el gusto a eso de la poesía. Cuando me quise dar cuenta ya habían pasado más de dos horas.

Como ya empezaba a tener mucha hambre, anoté los que más me habían gustado y me acerqué a Édison para preguntarle dónde se comía allí, y si quería almorzar conmigo. Lo encontré totalmente absorto, revisando no sé qué legajos. Pero no dudó en ofrecerme su compañía para el almuerzo. Recogió los papeles que con tanta devoción leía, los enrolló, y me acompañó al comedor.

Cuando llegamos quedaban pocos comensales porque ya era un poco tarde. Después del café lo puse al corriente de mi labor de selección, y le di a leer aquellos poemas que consideraba más adecuados para su recital.

—¡Magnífico! —me dijo—, ya veo que tienes buen gusto. Quédate con el libro estas dos semanas, por si consideras necesario añadir alguno más.

Fue grande mi alegría al oír aquellas palabras, y me propuse ser digno de la confianza depositada en mí.

—¿Y qué son esos papeles que ojeabas en la biblioteca con tanto ahínco? —le pregunté.

—Unos documentos encontrados hace tiempo en la ciudad de Évora por un sabio arqueólogo alemán, muy amigo mío.

La arqueología no le da de comer; era profesor aquí en la base, como yo. Hace apenas un mes, cansado ya de aguantar a los alumnos: “El peor mal de los males es bregar con animales”, decía él; se dio de baja y volvió a la Tierra.

—Ahora trabaja de jardinero y sigue practicando su gran afición con renovado apego.

Como quiera que los documentos que halló están redactados en portugués del siglo XVII y yo soy experto en esa lengua, me los confió para que los tradujese. Ya me falta poco para terminar; en cuanto termine se los mandaré y estoy seguro que se pondrá muy contento.

Intrigado por el caso, demandé más información a mi amigo: sobre las circunstancias de aquel asunto, sobre los frutos de su traducción...

—Andaba mi amigo en compañía de su novia, que también es arqueóloga, tras los vestigios de la civilización romana; muy abundantes en aquella ciudad.

—Cuando excavaban en las ruinas de un templo romano dedicado a Venus, en el subsuelo de la edificación que en su día ocupó el Tribunal de la Inquisición de Évora, descubrieron un cofre perteneciente a esta última institución. Lo abrieron y en su interior hallaron unas monedas de plata y estos legajos que ahora traduzco. Entregaron las monedas y el cofre a las autoridades, pero, llevados más de la curiosidad que de la honestidad, no hicieron lo mismo con los documentos.

—Hacen referencia al procesamiento de unas brujas del siglo XVII y están escritos en el portugués de esa época: una bella lengua, llena de lirismo, digna de Camões. Lo que estoy viendo ahora trata de una redada en la que fueron atrapadas 32 de aquellas mujeres, en Évora y alrededores, en el año 1692. Están anotados con todo detalle los datos del proceso. Te voy a leer lo relacionado con la confesión de una de ellas en los interrogatorios del Santo Oficio, se llamaba Inés Cadela:

“...Una vieja bruja, llamada Inés Cadela, con más de cuarenta años de oficio, confesó lo siguiente:

Ninguna mujer puede ser bruja sin antes haber ejercido de hechicera y alcahueta. Sólo después nos toma el Diablo juramento sobre un libro muy negro, en el que no hay ninguna hoja blanca, sino que todas son negras. Y abriéndolo, nos hace poner ambas manos sobre él; sustentándolo el demonio con las suyas, y otros dos están al lado de la candidata, que son los padrinos; los cuales toman la forma de machos cabríos, muy negros, y a veces de hombres.

El que tiene el libro abierto entre las manos, dice:

—Prometes y juras que nunca creerás ni adorarás a otro señor sino a Satán.

—Sólo en él creeré.

—Abjuras de Dios y del bautismo que recibiste.

—Abjuro.

—Prometes que nunca servirás a otro dios sino a Satán, y que nunca dejaras de hacer lo que se te ordene.

—Lo prometo.

—Prometes no invocar el nombre de Jesús bajo ninguna circunstancia, y que nunca dirás verdad aun bajo confesión.

—Lo prometo.

—Prometes que te apartarás de Dios y que le harás todo el mal que te sea posible.

Lo prometo.

—A este juramento lo llaman Bautismo. Una vez terminado se retiran los padrinos y el demonio se vuelve de espaldas, se levanta el rabo y le ofrece el trasero para que lo bese. Y así lo hace ella porque así él lo manda. Después del beso, y allí mismo, duerme con ella carnalmente.

Confiesa también la acusada que con estos actos, torpes y deshonestos, y con estas uniones carnales que tienen con el Demonio, reciben mayor gusto y deleite que el que cualquier hombre puede ofrecer a una mujer. Y después de haber gozado con él, el diablo les grava una señal en el dedo meñique o en otra parte del cuerpo...”


4


Me empezaba a interesar aquel asunto de la bruja cuando avisaron a los pocos que allí quedábamos para que saliésemos del comedor, porque iban a cerrar.

Una vez fuera, Édison me dijo:

—Bien, joven, yo tengo que seguir con mi traducción, quiero terminarla cuanto antes. Ya sabes dónde me puedes encontrar: en la granja o en la biblioteca.

Nos despedimos y volví a la zona en la que residía. Estaba ansioso por saber en qué consistiría mi trabajo. Llamé a la puerta del despacho de María, pero nadie abrió. Aguardé allí por ver si venía. Al final, cansado de esperar, me retiré a mi cuarto.

Subí a la plataforma donde estaba el ventanuco y observé que ya estaba anocheciendo. Infelizmente, dada la orientación de mi cubículo, no pude ver aquel ocaso marciano, pero debía ser impresionante.

Me puse después a ordenar mis cosas mientras esperaba impaciente a que María me llamase por el videófono. Pero nadie llamó, ni siquiera aquellas chicas deslenguadas. Me senté ante la pequeña mesa y abrí el libro de poemas. En vez de ponerme a leer, como era mi intención, me puse a pensar en las cosas que me habían ocurrido desde que llegué a Marte. En aquel inmenso vergel, en los cerdos y las vacas, en aquellos alumnos traídos a la fuerza desde la Tierra, en la extraordinaria forma de recitar y actuar de mi nuevo amigo: un verdadero artista. Pero sobre todo pensaba en María. No podía olvidar el olor de su aliento. Era un perfume inefable. Al besarme me dejaba en los labios el sabor de unos frutos que nunca imaginé que existieran...

Pasaba el tiempo, pasaban las horas, y continuaba embebido en aquel recuerdo. Deseaba que me llamase, que me invitase a su cuarto otra noche, tenía grabadas su imagen y sus palabras: “Espero que nos veamos nuevamente...”

A la mañana siguiente, después de asearme y vestirme, me dirigí de nuevo a la puerta de su despacho. No me atreví a llamar, tal vez durmiese, o tal vez estuviese con otro: esa idea me atormentaba. Al rato empezaron a pasar algunas personas por allí; debían ser los moradores de la sección, que iban a sus quehaceres. Un joven que tendría más o menos mi edad se detuvo al verme y me dijo:

—¿Qué haces aquí parado, no te vienes a desayunar?

—Me gustaría hablar con María, la jefa de sección, llegué ayer y aún no sé cuál será mi trabajo.

—¿María? ¿La jefa de sección...? Me parece que te informaron mal. Llevo aquí más de un año y no conozco a ninguna jefa que se llame María. Este despacho está casi siempre desocupado; solo, de tarde en tarde, lo utiliza el inspector del Ministerio de Educación que viene a ver cómo van los alumnos que mandan de la Tierra. Y eso lo sé de oídas, pues desde que estoy aquí nunca lo vi.

Al oír aquello, lo primero que se me vino a la cabeza fue que la tal María y aquellas alumnas solo se estuvieron burlando de mí. Aprovecharon que acababa de llegar para urdir aquel engaño, y así poder ella acostarse conmigo. Tal vez se aburría en la base, tal vez hacía lo mismo con todos los que llegaban nuevos...

Fuere como fuere, todo aquello me parecía muy extraño. Informé a aquel joven de los rasgos de María y de las tres alumnas, por si las conocía. Esto fue lo que me contesto:

—En esta zona, no conozco a ninguna mujer de esas características. En cuanto a las alumnas de que me hablas, hay muchas en la base; pero en esta sección no se hospeda ninguna. Aquí sólo residen trabajadores contratados.

Después de oír todo aquello lo acompañé al comedor, nos sentamos en la misma mesa. Me llamó la atención una mermelada aromática y sabrosa que nunca antes había probado. Y le pregunté a mi amigo de qué estaba hecha.

—Es de una fruta tropical llamada jenipapo. Trajeron las semillas del Brasil y la cultivan en el gran invernadero. Según dicen los que ya la han probado en la Tierra, las de aquí saben aún mejor.

Después de desayunar, mi interlocutor, que se llamaba Emiliano y trabajaba en el almacén de víveres, me dijo:

—Debes ir a la zona central de la base, al lado de donde atracan las naves que vienen y van a la Tierra. Allí es donde te informarán de lo que tienes que hacer. Como te dije antes, te informaron mal, aquí no hay ninguna jefa de sección.

Aunque nada parecía indicar que el tal Emiliano me estuviese engañando; cuando ya todos se hubieron retirado, volví a la puerta del supuesto despacho de María. Llamé y nadie abrió o contestó. Aquellas chicas del día anterior no aparecían tampoco por allí.

Después de aquel último intento me dirigí a donde me habían dicho. Al llegar al centro de la base pasé por una amplia zona semicircular; donde, a través de inmensas cristaleras, se podían ver, en el exterior, dos naves de gran porte atracadas; eran de las que se utilizaban para traer equipos pesados y suministros a la base marciana.

Después de preguntar me mandaron a un gran despacho ocupado por varias personas. Cada cual parecía el encargado de un determinado trabajo o sección. Me atendió un tal Peter Pan, que era el responsable de atenuar los efectos nocivos del polvo marciano sobre las instalaciones exteriores. Nada más verme me dijo:

- Buenos días, disculpa que no te haya llamado antes, estaba muy ocupado con otros asuntos. Supongo que ya te habrán informado de dónde hospedarte.

Iba a decirle quién me mandó al cuarto que ocupaba; pero como todo parecía indicar que mi encuentro con María había sido una broma, o algo así, decidí omitir cualquier comentario sobre mi encuentro con ella y contesté escuetamente:

—Sí, ya me informaron sobre el habitáculo que he de ocupar, y ya estoy instalado.

—Bien, joven; tu trabajo, como supongo que te dijeron antes de venir, es el de encargado de limpieza.

—Sí, eso ya lo sé, fue lo que me dijeron en la Tierra.

- Pues verás; aquí, como habrás visto, traen a muchos alumnos con escaso porvenir académico. Los hay que aprenden un oficio —los menos—; otros —los más—, no hacen más que dar por saco. Tú te responsabilizarás de unos diez o doce de esos individuos(as), y os encargaréis de la limpieza de la parte exterior de la base.

—¿Limpieza exterior? ¿En qué consiste eso?

—Supongo que sabrás que la superficie de Marte semeja en parte a los desiertos terrestres, aunque mucho más fría. Las tormentas de arena son bastante frecuentes. Y aunque la base está en gran parte bajo la superficie, existen zonas que han de estar perfectamente limpias de la arena marciana.

—¿Y qué zonas son ésas?

—Principalmente las inmensas superficies ocupadas por los paneles solares con los que nos abastecemos de energía eléctrica.

—Debido a las protestas de los ecologistas, hace años que tuvimos que sustituir la energía nuclear por la fotovoltaica. Aun siendo unos paneles de alto rendimiento, como la radiación solar que llega a Marte es inferior a la que llega a la Tierra, fue necesario instalar unos doscientos mil metros cuadrados de paneles solares para poder abastecernos. Afortunadamente, como el silicio es abundante en este planeta, la mayoría los fabricamos aquí.

Me quedé totalmente perplejo al oír aquel número astronómico: “¡Limpiar doscientos mil metros cuadrados de paneles solares!”; pero no pude preguntar más detalles, pues en aquel mismo instante llamaban por el videófono a Peter Pan.

—Bien, joven, tengo cosas urgentes que hacer. Preséntate mañana temprano en el sector “G”; está aquí al lado, y te dirán qué es lo que tienes que hacer. Hoy tómate el día libre.

Abandoné aquel lugar y vagué pensativo: ¿dónde estaba María?; tal vez la encontraría por cualquier parte, tal vez ella me engañó porque se había enamorado de mí...

Como tenía el día libre vagaba sin rumbo fijo, pero ni a ella ni a las otras tres chicas las veía por ningún lado. Y como aún no conocía a casi nadie por aquel vasto mundo, decidí ir a hacer una visita a mi amigo Édison, por ver si él sabía de ella.

Volví a la granja en la que estuve el día anterior y esperé a que terminase su clase. Cuando salía lo abordé. Él se alegró de verme, yo le dije que tenía el día libre; nos fuimos a dar una vuelta antes de comer.

Después del almuerzo, le pregunté si conocía a María y a las otras tres chicas. Las describí lo mejor que pude para que no quedase ninguna duda de a quiénes me refería. Cuando oyó todo aquello, noté que se quedaba perplejo y admirado.

—¿Cuándo las viste...? -me preguntó.

Como lo tenía por un amigo le relaté todos los detalles de mi encuentro con ellas —omití algunos sobre mi noche de amor...—, y le hablé también de la desaparición de las cuatro. Édisón permaneció un rato callado y pensativo; luego dijo:

—Voy a confiar en ti. Pero antes quiero que me des tu palabra de que a nadie le contarás lo que vas a oír.

—Puedes estar seguro de que no le voy a decir nada a nadie.

—Bien —prosiguió—; para empezar, esas cuatro mujeres, María y las otras tres chicas, ni trabajan en la base, ni son alumnas traídas de la tierra, ni nada por el estilo. ¡Son naturales del planeta Xoxô!

—¿¡El planeta Xoxô!? ¿Dónde está eso?

—Es un mundo confortado por el sol de una galaxia que dista unos 6000 millones de años luz de la tierra.

Aquello empezaba a resultarme increíble. Por unos momentos dudé de mi amigo. Pero eran tan evidentes sus signos de sinceridad que seguí su relato cada vez más interesado:

Según me dijeron, en tiempos remotos vivían en su planeta sin complicaciones; hasta que, sin saber el cómo ni el porqué, llegaron unas naves del espacio exterior a su plácido mundo.

—Ellas, que no podían concebir que nadie tuviese intenciones aviesas, recibieron a los tripulantes de tales ingenios con su natural hospitalidad. Mas pronto descubrieron que el espacio estaba lleno de maldad. Aquellos seres execrables e impíos que acababan de hollar su mundo, tenían como único objetivo apoderarse de él, expoliar sus riquezas y reducir a sus habitantes a la condición de esclavos.

—Casi lo consiguen por completo; sólo algunas xoxonas se resistieron a tan infames propósitos. Los varones, por lo visto, son bastante indolentes en aquella región del cosmos.

—Como quiera que Xoxô es pródigo en frondas y arbolados, algunas se refugiaron por los bosques, dispuestas a recuperar la libertad perdida: había comenzado la resistencia al invasor.

—Al principio formaban sólo bandas dispersas, rudimentariamente armadas. Pero con el tiempo, se fue desarrollando una especie de matriarcado guerrero; algo así como las amazonas de la tierra. Los hombres sólo servían para asegurar la continuidad de la especie, y poco más...

—Pero según tengo entendido —le interrumpí—, las amazonas se amputaban un pecho, y María tenía los dos.

—Has de tener en cuenta, querido amigo, que en aquellas épocas remotas se usaban arcos y flechas. Uno de los senos, el derecho si eran diestras, estorbaba. Mas los tiempos cambian. Sabe Dios qué armas se utilizarán ahora, con tantos adelantos...

—Pues a mi me parecieron mujeres normales y corrientes; estaban al tanto de todo cuanto aquí acontecía. Nada delataba que fingiesen ser lo que en realidad no eran.

—Pues sí, fingían, por mucho que te cueste creerlo. Ellas llevan en Marte más de seis meses; su nave anda oculta en uno de los profundos cañones que pueblan este astro.

—Colocaron unos sensores capaces de detectar a través de la materia, en el exterior de nuestra base. De esa forma recopilaron información sobre nuestras costumbres, nuestro vocabulario, etc... Una vez estudiados todos esos datos, se infiltran de vez en cuando en la base y se hacen pasar por terrícolas.

—Físicamente son casi idénticas a nosotros, y cuando se infiltran en nuestros dominios no hacen otra cosa que imitar cuanto hacemos y decimos”.

—Lo hacen demasiado bien para ser extraterrestres... —le dije a mi amigo.

—No obstante, hay algo en ellas que las delata —me contestó.

—¿Qué es? —pregunté indagador.

—A simple vista no se percibe, pero si te acercas lo suficiente a cualquiera de ellas, notarás el perfume inefable de su aliento.

Entonces recordé aquella fragancia única e irrepetible; un aroma nuevo, distinto a cualquier perfume de la tierra. Y no sólo eso: tal vez aquellas cicatrices que María tenía en su cuerpo fuesen las marcas de su infatigable batallar contra la opresión y la iniquidad.

Henchida quedó mi vanidad al saberme amante de aquella criatura, por cuyas venas corría el fuego de la esperanza y el ardor para el combate. Ya me veía a su lado, en el campo de batalla, luchando por la libertad...


5


Estaba ansioso por saber más de mi arrojada amiga, pero Édison tenía que retirarse para terminar la traducción que le encargara el sabio arqueólogo alemán. Me dijo, no obstante, que ya me contaría otro día más cosas sobre aquel planeta y aquellas aguerridas damas.

Al día siguiente me presenté bien temprano en la sección “G”; tal como me dijo Peter Pan. Era un inmenso hangar, todo lleno de vehículos diversos; listos para salir al exterior: a aquel mundo inhóspito y frío. Me recibió un joven, algo mayor que yo, conocido por Tinín, aunque su nombre era Agustín, pero como de pequeño lo llamaban Agustinín, terminó quedándose con Tinín.

—Ya me dijo ayer, Peter Pan, que tú serás mi sustituto. A mí me quedan apenas unos días de estar aquí; por fin me vuelvo a la Tierra. He aguantado más de un año y ya estoy hasta los güebos de este trabajo de mierda, y de tener que aguantar a esos gamberros todos los días.

Aquellas palabras no me tranquilizaron mucho, pero ya no podía echarme atrás y, además, aquellos gamberros, como decía Tinín, ya no me parecían tan malos. Así que le pedí más detalles sobre mi misión trabajo.

—Como ya supongo que sabes, hay colocados, ahí fuera, no sé cuántas decenas de miles de paneles solares. Están alineados en incontables filas, con una separación entre fila y fila de tres metros, aproximadamente. Por esas separaciones transcurren unos caminos por los que circulan estos carros que ves aquí. El cañón que llevan en la parte superior, proyecta vapor de agua a gran presión y alta temperatura. Se lanza el chorro sobre los paneles a medida que avanza el vehículo y así se van limpiando. Tú misión será responsabilizarte de uno de estos vehículos.

—Pues no parece que sea un trabajo demasiado difícil —le dije.

—No, si difícil no es, solo monótono; incluso se podría automatizar utilizando robots. El problema es que hay asignados varios de esos gamberros a cada carro y raro es el día en que no hay algún problema.

—A veces, cuando conduce alguno de ellos, van demasiado rápido y la limpieza no se hace correctamente; o bien se ponen a jugar con el cañón proyector y lanzan el chorro limpiador a todas partes menos a los paneles. Hace tres semanas, sin ir más lejos, tomaron una curva a tanta velocidad que volcó el carro. Y menos mal que llevábamos escafandras y depósitos auxiliares de oxigeno, porque se rompió una ventanilla y el interior quedo despresurizado. Por si todo esto fuera poco, después viene el cabrón del inspector a reprenderte por los desperfecto y porque el trabajo no está bien hecho: ¡como si nosotros tuviésemos la culpa! En fin, como ya te dije antes, este trabajo es una puta mierda y cada día estamos peor.

Comenzó luego a darme detalles de aquel carro del que tendría que responsabilizarme. Cuando empezaba a decirme cómo se manejaba esto y para qué servía aquello…, oímos un gran tumulto. Gente apresurada y exacerbada se dirigía hacia uno de los grandes portones que comunicaba con el exterior.

Acto seguido se abrió una gran puerta metálica y de la zona de despresurización surgió uno de aquellos vehículos que circulaban por la superficie marciana. En él venían unas tres o cuatro personas, de las cuales, dos parecían heridas o cuando menos desfallecidas. Rápidamente fueron llevadas a la enfermería; pero aquí no acabó la cosa. Se mascaba la tensión en el ambiente. Al parecer había sido un accidente debido a la impericia o a la irresponsabilidad de aquellos alumnos descarriados.

—¡Esto no puede seguir así! —gritaba uno que andaba por allí—; ¡si la dirección no toma medidas, las vamos a tomar nosotros!

—¡Basta ya! —decía otro en voz alta—. ¡Dónde coño están los del sindicato! ¿Por qué cuando hay problemas nunca aparecen...?

—¡Están vendidos! —dijo una operaria—. ¡Con ellos no podemos contar, la solución está en nosotros mismos!

“¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!”, se oía por todo el recinto.

Algunos se encaramaron a lo alto de uno de aquellos vehículos, mientras que por el hangar arreciaban los gritos e improperios contra la dirección y sus lacayos.

—¡Rápido, avisad por los videófonos al resto de los trabajadores de la base! —dijo uno de los que se habían subido al carro.


Poco después, empezaron a llegar más y más obreros al recinto en que nos encontrábamos, mientras crecía con más y más fuerza el grito de lucha: “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!”

Los encaramados al carro, que ya se habían convertido en cabecillas de aquella improvisada lucha, pronunciaban arengas, consignas y órdenes que eran obedecidas de inmediato:

—¡Camaradas, ya que es el sentir mayoritario, desde este preciso momento queda declarada la huelga total e indefinida en todo el recinto de la base!

Nada más oír aquello, estalló el delirio: “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!”, era lo único que se oía.

Entonces vi que mi amigo Édisón, ayudado por uno de los trabajadores, se encaramó también al techo del carro. Debía ser muy respetado por aquellos obreros, pues nada más verlo allí con intención de dirigirse a las masas, todo aquel griterío cesó como por encanto. Tomó a continuación la palabra:

—¡Camaradas y amigos; éste es un momento feliz e irrepetible: ha llegado la hora de luchar por nuestros derechos!

—Hace tiempo que las condiciones laborales se degradan más y más. Ha llegado la hora de decir ¡BASTA!.

—Cada vez hay más trabajo y menos personal. Y por si fuera poco, últimamente nos envían una cantidad ingente de “estudiantes”; a los que también obligan a trabajar, sin sueldo, sin preparación, y sin que tengan la menor gana de venir aquí.

—Así matan dos pájaros de un tiro: maquillan las cifras del fracaso escolar en la Tierra y se abastecen de mano de obra gratuita; con la consiguiente disminución de los contratos necesarios para el buen funcionamiento de las bases extraterrestres.

—Pero no podemos seguir así. Recordad que no somos los únicos que estamos en estas condiciones; avisad a todos los que en el espacio sufren la misma plaga: ¡sólo la unidad nos dará la victoria!.

“¡Unidad! ¡Unidad! ¡Unidad!”, era el grito que resonaba ahora.

Después de hablar Édison, volvió a dirigirse a la masa enardecida el mismo que antes le diera la palabra.

—¡El camarada Édison tiene razón, la unidad es la llave de la victoria!

—Formad inmediatamente un piquete coactivo y ocupad la sala de comunicaciones interplanetarias, para informar a los obreros de otras bases de nuestra resolución; y pedidles que se sumen a la lucha.

Ya se disponía a partir un nutrido piquete coactivo, cuando, de pronto, aparecieron los robots de seguridad:

—Vuelvan a sus actividades normales; canalicen sus reivindicaciones por los conductos reglamentarios, bip bip bip...

Eran unos doce androides, dispuestos a utilizar las pistolas de rayos paralizantes si sus órdenes no eran cumplidas. Pero antes de que pudieran siquiera desenfundar, Tinín se subió a uno de los carros destinados a limpiar los paneles solares y comenzó a proyectar sobre los robots un potentísimo chorro de vapor de agua a alta temperatura, dejándolos momentáneamente paralizados; y antes de que pudieran reaccionar, los obreros sublevados se abalanzaron sobre ellos con furia homicida. La pieza más grande que quedo esparcida por el suelo, apenas medía diez centímetros. No obstante, por entre la chatarra aún se oía: “Canalicen sus reivindicaciones por los conductos reglamentarios, bip bip bip...”

En medio de aquel ambiente exaltado; por el videófono del hangar comenzaron a llegar mensajes de las distintas secciones de la base. Todos los trabajadores secundaban la huelga. Solo los de la sala de comunicaciones interplanetarias habían ofrecido resistencia, pero los esquiroles y contrarrevolucionarios ya habían sido debidamente coaccionados por el piquete coactivo. Y ya se había informado a otras bases extraterrestres de la huelga.

El hangar ya estaba totalmente lleno de gentes de todas las secciones, cuando, a través de una gran pantalla que había allí instalada, empezaron a llegar imágenes. Primero fue un mensaje de Tritón. Se veía y oía con toda nitidez a los trabajadores de aquel frío satélite, informando de su total adhesión a la lucha por unas condiciones de trabajo seguras y dignas. Después llego otro mensaje de la macroestación orbital Venérea III, en el mismo sentido. Y así, en medio de un ambiente de creciente exaltación, iban llegando más y más noticias de otros mundos colonizados por los terrícolas. Todos, sin excepción, se sumaban a la lucha.

¡Aquello era el delirio! “¡Unidad! ¡Unidad! ¡Unidad!”, era el grito de guerra que ahora resonaba.


6


Dos semanas duró la huelga, y al final, después de comprobar que los obreros no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer y que el seguimiento era general, las autoridades pertinentes terminaron cediendo.

En lo sucesivo solo se enviaría personal especializado a las estaciones espaciales. Los estudiantes en prácticas forzosas que así lo desearan podrían regresar a la Tierra a continuar allí su “formación”. A los que quisieran quedarse se les asignaría un sueldo digno y no accederían a ningún trabajo sin estar debidamente instruidos. Por último, aquellos inspectores laborales que tanto daban por saco serían también devueltos a la Tierra.

La alegría era general en todas las dependencias. Todo el mundo parecía satisfecho. Tinín, que tanto despotricaba, había pedido una prórroga en su contrato para quedarse seis meses más en la base.

Sólo Édison parecía preocupado y taciturno; hasta tal punto que le pregunté por el motivo de su zozobra.

—Como todos mis alumnos han decidido regresar —me dijo—, he recibido una notificación de la Tierra por la que me mandan volver en la próxima nave, para continuar allí, con ellos, impartiendo “docencia”.

—No me parece eso tan grave —le contesté—; a fin de cuentas ellos van a estar donde quieren y tú vas a continuar siendo su profesor. Yo sí que lo lamentaré, pues perderé a mi mejor amigo en Marte.

—Cuando acabe mi contrato y vuelva a la Tierra espero que nos volvemos a ver. Pero antes de irte tienes que terminar de contarme ese asunto de las amazonas de Xoxô. Estoy muy interesado, y me gustaría mucho volver a ver a María.

—Pues precisamente eso es lo que me preocupa. Tenía una cita con ellas para dentro de un mes, y el cohete que me devolverá a la Tierra parte de aquí a nueve días.

—Había tomado la resolución de irme con las xoxonas en su nave, y ayudarlas en la medida de mis posibilidades a liberar su planeta. Aunque la situación aquí era tensa, no entraban dentro de mis previsiones ni la huelga ni sus consecuencias.

—¿Y cómo pensabas ayudarlas?

—Esa es una larga historia, pero ya que puedo confiar en ti, te la contaré:

—Cierto día, hace unos tres meses, estaba solo en la biblioteca cuando entraron allí dos de esas chicas de las que me hablaste; me dijeron que eran alumnas, que acababan de llegar en el último cohete de la Tierra. Entonces, una de ellas sacó del bolsillo una pequeña bola maciza y muy brillante, la puso sobre la mesa y me preguntó si sabía de qué material estaba hecha. La miré detenidamente y, antes de que pudiera cogerla para comprobar su peso y textura, empezó a irradiar ciertos haces luminosos que al mirarlos fijamente me dejaron como hipnotizado: profundamente dormido.

—Cuando desperté me encontraba ya dentro de su nave. Por lo visto, según me contaron ellas, había sido trasladado allí con la ayuda de un transmutador de materia-energía.

—Me dijeron que me sosegase, que no tenía nada que temer; me contaron lo de la invasión de su planeta y lo de su lucha por liberarlo.

—Por cierto, la que me describiste como María es la que comanda la expedición. Fue ella la que me informó de que habían dejado su lejano mundo para iniciar un viaje a través del espacio-tiempo, con la intención de buscar ayuda en otros astros para su justa causa.

—Me preguntó, cuando le dije que era terrícola, si los humanos podíamos ayudarlas a expulsar al invasor de su bello planeta.

—Me quedé pensativo ante tal demanda, y no sin cierta tristeza le contesté:

—Dudo mucho que mi mundo, donde aún prevalece la explotación del hombre por el hombre y la alienación de las masas, luche por liberar a otros del yugo que él mismo soporta. Para una causa así, tal vez fuese más fácil encontrar ayuda en el Infierno que en la Tierra.

—¡Hecho! —dijo la tal María.

—Hecho... ¿El qué...? —le respondí.

—Iremos al Infierno, ya que allí es más fácil encontrar ayuda, como tú dices...

—Yo intenté convencerla de que aquello del Infierno se inscribía en los dominios de la superstición, de la religión, de las creencias populares, de la literatura...; pero que nadie había vuelto de allí para indicar a los demás su ubicación. Ella, que escuchaba muy atenta, me respondió:

—Sé por experiencia que cuando mucho se habla de algo, ese algo existe. Si quieres colaborar con nosotras recopila toda la información sobre el Infierno, tráela aquí, e intentaremos llegar a ese lugar.

—Dicho esto, me dijo que disponía de tres meses —terrestres— para hacer tal recopilación. Y que, si tal era mi voluntad, irían a buscarme pasado ese plazo. Pero ese plazo se cumple de aquí a un mes —más o menos—, y la nave en la que he de volver a la tierra parte de aquí a nueve días.

—Ése es el motivo de mi tristeza: yo no deseo volver a la tierra, a seguir dando clase; ni jubilarme e ir a jugar a la petanca, al parque, con otros viejos. Quiero ocupar los últimos años de mi vida en una aventura intergaláctica, quiero participar en la lucha por la libertad de un mundo desconocido y distante...

—Por eso estaba tan atareado traduciendo todos aquellos manuscritos hallados en Évora por mi sabio amigo, el arqueólogo alemán; pues en ellos hay mucha información sobre aquellas mujeres que tenían tratos con Satán, y como dice el refrán: “Por el hilo se llega al ovillo...”

Todo aquello que me contaba Édison me dejaba cada vez más sorprendido y absorto. Y sin pensármelo dos veces le dije resuelto:

—Yo te acompañaré a ese viaje, y si no te vienen a buscar antes de los nueve días que restan hasta tu partida a la Tierra, podemos utilizar el vehículo de limpieza de paneles solares que me han asignado, para en él dirigirnos a donde se halla oculta su nave. ¡Me muero de ganas por volver a ver a María, a veces no duermo pensando en ella!

Ragazzo innamorato... La verdad es que tu ayuda puede ser de gran utilidad. No tengo forma de establecer contacto con ellas y ponerlas al corriente de la orden que he recibido, por la que me obligan a volver antes de la fecha establecida para nuestra cita.

—Pero no quiero que te metas en líos por mí. Piensa que el amor pasa y el lío queda. A lo mejor María no siente por ti lo mismo que tú sientes por ella. Las xoxonas son muy raras: como todas las mujeres... Y en el caso de que pudiéramos llegar a su nave con tu carro de limpieza y nos embarcásemos en esa gran aventura intergaláctica, no hay ninguna seguridad de que podamos volver: ni a la Tierra, ni al tiempo en que actualmente vivimos.

—Me da igual —le contesté—; todo lo que tenía que pensar ya está pensado, iré contigo a ese viaje.

—De acuerdo. Tú verás lo que haces... Comenzaremos esta misma noche a hacer los planes de la fuga. Después de cenar nos reuniremos en mi cuarto.


7


Esa misma noche, en el cuarto de Édison, comenzamos a preparar el plan de fuga:

—Vamos a ver —dijo él—. La situación es la siguiente: aunque no dispongo de ningún dispositivo para comunicarme con ellas, el hecho es que a veces se infiltran en la base sin que yo lo sepa. La mejor prueba de ello es tu encuentro con María y con las demás. Cabe, pues, la posibilidad de que lo vuelvan a hacer antes de que parta el cohete que me devolverá a la Tierra.

—En tal caso, y si se ponen en contacto con nosotros, podríamos abandonar la base sin problemas, con su transmutador de energía-materia. En caso contrario tendríamos que intentar llegar hasta su nave a bordo de tu vehículo limpiador.

—Pues vamos a ponernos en lo peor —contesté—. Vamos a suponer que no aparecen por aquí y tenemos que ir en el carro de la limpieza: ¿sabes dónde se encuentra esa nave?”

—Cuando estuve allí, me lo explicaron en una especie de pantalla tridimensional, que hacía las veces de mapa. No muy lejos de aquí, en dirección norte, se haya el borde de un profundo y largo cañón: en su interior está la nave.

—Me dijeron que los radares de nuestra base no pueden detectar su vehículo espacial; por el contrario, ellas, sí pueden localizar todo lo que se mueva por la superficie del planeta.

—Supongo que si observan que un vehículo abandona la base y se aproxima al cañón, imaginarán que vamos a su encuentro y nos saldrán a recibir. En caso contrario, nuestra misión habrá fracasado.

Ya pasaban cuatro días desde aquella noche en que hicimos nuestros planes. Hasta el momento no había venido a visitarnos las xoxonas.

Estaba con Tinín en el vehículo limpiador. Él conducía y yo operaba el cañón que lanzaba el chorro a presión sobre los paneles solares.

Íbamos los dos solos, pues ninguno de los alumnos asignados a aquel trabajo quería seguir. Tampoco los echábamos mucho de menos, más bien al contrario.

Yo seguía meditando sobre mi plan de fuga. Ya sabía manejar perfectamente el carro, y sólo faltaba saber cuándo salíamos y cómo hacerlo de forma que nadie lo advirtiese. En tales pensamientos andaba absorto cuando Tinín me dijo:

—Hoy es el último día que salimos al exterior en este cacharro. Me ha dicho Peter Pan que nos van a asignar un nuevo trabajo, en otra sección, porque van a automatizar la limpieza de los paneles solares. Sea cual sea nuestra nueva misión, seguro que es mejor que estar metidos en estos trastos durante seis horas al día.

—Esto de la huelga ha sido providencial; casi todos esos gamberros se van a la tierra, automatizan la limpieza de todos estos miles de paneles, nos van a dar un trabajo mejor y nos subirán el sueldo. Has tenido mucha suerte, has llegado en el momento en que esto parece que empieza a mejorar.

—¿Y qué harán con estos carros de limpieza? —le pregunté.

—Supongo que mañana mismo empezarán a desmontarlos. Usarán sus piezas para cualquier otra cosa; aquí todo se recicla.

Nada más oír aquello me vinieron a la cabeza los siguiente pensamientos: “Las xoxonas no dan señales de vida y mañana desmontan estos vehículos: los únicos que sé manejar. O actuamos rápidamente o nuestro plan de fuga se viene abajo”.

Al terminar mi jornada laboral corrí a avisar a Édison. Lo encontré en su habitáculo y lo puse al corriente de todo; después le dije:

—Si pretendemos partir por nuestros propios medios tendrá que ser esta misma noche. A partir de mañana ya no tendremos vehículo con el que huir. Aún cabe aún la posibilidad de que a las xoxonas se les ocurra venir, pero ya queda menos de una semana para que parta el cohete que te devolverá a la Tierra”.

Édison no se lo pensó dos veces:

—¡Vámonos esta misma noche!

Después de cenar nos fuimos a su cuarto.

El plan de fuga era bien simple: dirigirnos al hangar procurando no ser vistos, coger el vehículo y largarnos.

—Vamos a hacer las cosas lo mejor posible —le dije—. Yo me voy ahora mismo al hangar. Si alguien me pregunta qué hago allí, le digo que me he dejado olvidada cualquier cosa en el carro y que voy a recogerla. De todas formas, creo que no me encontraré a nadie. Según me contó Tinín, antes dejaban dos robots de seguridad toda la noche, por si alguno de esos alumnos gamberros iba a hacer alguna pifia, pero después de la huelga no ha quedado ni un robot sano.

—En fin, si veo que no hay ningún problema te llamo por el intercomunicador personal. Tú procura llegar allí con el mayor sigilo, y a ser posible sin que te vea nadie.

—Me parece muy bien ese plan —contestó Édison—. Sólo hay que hacerle una pequeña modificación: mientras tú te encaminas al hangar yo iré a la biblioteca, pues antes quiero recoger unos valiosos documentos, que sin duda nos vendrán muy bien cuando estemos en la Tierra Supongo que tampoco habrá nadie allí a estas horas. Como no sé cuánto tiempo voy a tardar en recopilar toda la información que necesito, te llamaré yo a ti a través del intercomunicador personal. Si me dices que no hay novedades en el hangar, iré a tu encuentro.

—De acuerdo —le dije—, si toda va según lo previsto esperaré tu llamada escondido dentro del carro.

Salimos ambos del cuarto y cada uno se dirigió al sitio acordado.

Llegué al hangar y, tal como suponía, no había nadie. Todas las luces estaban apagadas, excepto un pequeño proyector que iluminaba tenuemente aquel lugar: poca luz, pero más que suficiente para mis propósitos.

Allí estaba el vehículo destinado a nuestra fuga. Comprobé la carga de las baterías solares y vi que podíamos recorrer más de cien quilómetros. Más que suficiente para llegar al cañón, en cuyo interior, según Édison, estaba la nave de las xoxonas.

Me aprovisioné allí mismo de agua potable y de pastillas alimenticias; comprobé el nivel de oxigeno, el dispositivo de calefacción, los trajes para salir al exterior...

Cuando consideré que todo estaba listo me escondí dentro del carro y esperé a que Édison llamase.

Ya empezaba a impacientarme, pues pasaba el tiempo y no se ponía en contacto conmigo. Llevaba casi una hora allí metido, escondido dentro del carro; el hangar seguía desierto, pero la ansiada llamada no acababa de producirse.

Comencé a preocuparme: ¿y si le había pasado algo a mi amigo...?; ¿y si nos descubrían y nos metíamos en problemas...? Al final, ya bastante intranquilo, fui yo quien lo llamó a él por el intercomunicador, pero nadie respondió. Y seguía pasando el tiempo...

Ya estaba a punto de abandonar la empresa y retirarme a mi cuarto, cuando, de pronto, oí un ruido en aquel inmenso hangar. Afiné bien el oído y percibí el rumor sordo de unas pisadas que avanzaban lentamente...

Miré furtivamente por la ventanilla del vehículo en donde me hallaba oculto para ver quién era el que andaba por allí. La poca luz que envolvía aquella vasta nave no me permitía distinguir con nitidez, pero, poco a poco, percibí que un individuo se movía indeciso, como desorientado, sin saber exactamente adónde ir. Comprobé que llevaba dos cajas de tamaño considerable, como dos maletas: una en cada mano.

Después de un rato de minuciosa observación, comprobé que era Édison buscando el carro; sin saber exactamente cuál era.

Salí de mi escondite para recibirlo. Él se alegró mucho de verme, aunque parecía algo excitado y preocupado...

—¿Cómo has tardado tanto? —le dije—; ¿por qué no me llamaste por el intercomunicador? Me tenías muy preocupado, he estado a punto de abandonar y largarme.

—He tenido problemas para recopilar y traer todo lo necesario para el buen éxito de la empresa. Y no te he llamado por temor a que alguien oyese mi voz y se vinieran abajo todos nuestros proyectos.

Metimos en el carro las dos voluminosas cajas que traía, que aunque en Marte no eran demasiado pesadas, en la Tierra no se transportarían fácilmente.

—Parece que te has traído media biblioteca —le comenté.

—Nunca se sabe lo que puede uno precisar cuando se embarca en una aventura de estas características.

Una vez instalados cogí los mandos y puse el carro en marcha. Avanzamos unos metros hasta colocarnos frente al portón que conducía a la cámara de despresurización. Desde el interior del carro activé el sistema de apertura. Lenta y silenciosamente el portón se fue levantando. Una vez que el paso quedó totalmente expedito nos introdujimos el interior de la cámara. Apenas dos minutos después ya estaban abiertas las compuertas que comunicaban con el exterior.

El espectáculo me sobrecogió. Un erial inmenso y pedregoso, levemente iluminado por los focos exteriores de la base, se perdía en un horizonte oscuro y en un cielo pródigo en estrellas brillantes.

Me quedé quieto, sin saber qué hacer, sin saber si seguir adelante... Hasta que Édison me dijo:

Vamos, muchacho, no te quedes aquí parado. “La suerte está echada”.

Salimos por fin al exterior, enfilamos hacia el Norte, y al poco rato ya no se percibía el menor trazo de luz, salvo aquélla que procedía de las estrellas.

No me atrevía a encender los focos del vehículo por si veían el resplandor desde la base, que aún estaba cerca.

Como apenas si podía ver lo que teníamos delante, puse al vehículo en régimen de conducción automática, dirigiéndonos siempre hacia el Norte.

El cielo estaba limpio, plagado de estrellas; más brillantes que como las vemos desde la Tierra. Allí estaba la Vía Láctea: “Leche de estrellas para los ángeles gordos...”

Me quedé como extasiado, viendo a través del techo transparente del vehículo aquel espectáculo sobrecogedor de la Naturaleza —artista sublime—.

La Tierra se veía con la misma nitidez con que vemos a Venus desde nuestro planeta, o aún mejor. Pero no sólo la Tierra; también la Luna: un puntito luminoso junto a otro más brillante. Ambas unidas para siempre en la inmensidad del cosmos. Y si el azar así lo había determinado: ¿por qué no iba a determinar que yo estuviera, de igual manera, unido a María...?

En tales fantasías andaba absorto cuando Édison me restituyó súbitamente a la realidad del viaje.


8


—El carro está girando hacia el este, en vez de mantener el rumbo hacia el norte, que llevábamos hasta el momento —me dijo.

—Espero que no sea nada —le contesté—; el radar del vehículo habrá detectado alguna roca de gran tamaño o algún promontorio; algo, en definitiva, lo suficientemente grande como para tener que rodearlo. Cuando nos alejemos un poco más de la base encenderé los focos y así veremos el exterior con nitidez.

Poco después, tal como suponía, el carro tomó de nuevo el rumbo prefijado. Cuando llevábamos media hora de viaje, por fin me decidí a encender las luces y comprobamos, muy a nuestro pesar, que aquella planicie pedregosa que se extendía ante nuestros ojos, distaba mucho de ser tan llana como a medida que avanzábamos. Rocas considerables, pequeñas mesetas, declives, altozanos y fuertes pendientes se presentaban ante nuestros ojos. Todas aquellas irregularidades del terreno, si no hacían inviable nuestro plan, cuando menos nos obligaban a dar grandes rodeos.

“Esto no tiene nada que ver con los carriles por los que circulaba para limpiar los paneles solares”, me decía a mí mismo; a la vez que aumentaban mis dudas sobre el buen fin de nuestra aventura.

Pero como dijo Édison: “La suerte está echada”; de modo que seguí mi camino como pude: rodeando obstáculos, vadeando hondonadas...

Consulté el mapa de aquella región y comprobé que, desde la base en la que habitábamos, hasta el cañón donde se hallaba la nave de las xoxonas, en línea recta, habría unos 80 kilómetros. Pero estaba claro que íbamos a recorrer bastantes más para alcanzar nuestra meta.

—¿Cuánto crees que tardaremos en llagar? —preguntó Édison.

—No lo sé, pero con las vueltas que estamos dando, supongo que al amanecer, de aquí a unas seis horas —le contesté.

Desgraciadamente no fue así, poco después apareció una gran colina, y para bordearla tuvimos que recorrer aún más distancia de la prevista en las peores estimaciones.

Por fin, a las cinco de la madrugada, cuando todavía quedaban unos quince quilómetros para llegar a nuestro destino, se consumió toda la energía almacenada en las baterías y nos quedamos irremisiblemente parados.

- No hay otra forma de llegar que no sea andando —le dije—; salvo que esperemos a que se haga de día y la energía solar recargue las baterías del carro.

—Esperar puede ser el fin de nuestro viaje —contestó él—. Al amanecer, cuando los obreros vayan al hangar y se den cuenta de la desaparición del vehículo, localizarán nuestra posición, vía satélite; y vendrán a buscarnos en algún otro medio de transporte más potente y veloz que este cacharro.

—Tienes razón —le dije—, no queda más remedio que continuar el viaje a pie. Dentro de estos trajes tenemos oxígeno para unas cuatro horas. Creo que los quince quilómetros que faltan los recorreremos en tres horas. Pero si algo falla..., si tardamos más..., si las xoxonas no nos recogen...: será nuestro fin.

—Ya has hecho bastante por mí —dijo Édison—; no tienes por qué arriesgar el pellejo. Quédate en el carro si quieres, aquí tienes oxígeno de sobra. Cuando amanezca, y ya me halle bien lejos de aquí, te pones en contacto con la base. Les puedes decir que perdí el juicio después de tantos años de docencia; que te obligué bajo amenaza a traerme hasta aquí, y que después abandoné el carro porque no quería ver nunca más a mis alumnos. Nadie albergará la menor sospecha, nadie dudará de tu palabra, pues los manicomios y sanatorios psiquiátricos de la Tierra están abarrotados de maestros que han perdido el juicio.

Me lo pensé un momento; pero enseguida me vino la imagen de mi amiga. Tenía tantas ganas de volver a verla que fue breve mi indecisión.

Rápidamente nos pusimos los trajes de andar por el exterior, nos tomamos unas cuantas pastillas alimenticias y un buen trago de agua, nos ajustamos la parte superior de la escafandra y, ¡ale!..., nos apeamos.

Las cajas que había traído Édison eran bastante pesadas, pero como la atracción de la gravedad marciana es más débil que la terrestre, manteníamos un ritmos aceptable.

Podíamos hablar entre nosotros mediante unos intercomunicadores instalados en las escafandras, y eso hacíamos para rebajar la ansiedad que nos embargaba.

—Esto de la aventura —le dije— tiene sus inconvenientes. Fíjate qué desayuno: unas pastillas y agua fresca. Un buen café calentito nos hubiera sentado muy bien.

—Pues yo echo también de menos el tabaco; aunque lo intento aún no he superado la adicción a la nicotina, y después de desayunar siempre me fumo uno o dos pitillos. ¡Y hablando de tabaco...!: con las prisas se me ha olvidado equiparme. Solo tengo un paquete, y ya empezado. Por si fuera poco, creo que las xoxonas no fuman; cuando estuve en su nave ninguna lo hizo, ni vi ceniceros por allí. Tampoco Monú encendió ningún pitillo...

—¿Monú?; ¿quién es ese Monú?, nunca me hablaste de él.

—Tienes razón, no me había dado cuenta. Monú es un poco raro. Es alto y extremadamente flaco; el color de su piel es verde-cactus. Los labios, finos y bien marcados, son de color violáceo. Tiene una nariz recta y larga y unas orejas bien afiladas. Los ojos son grandes, de color salmón, algo saltones, como los de un besugo. Me quedé pasmado cuando lo vi por primera vez; pero es un tipo simpático y muy inteligente. ¿Y a qué no sabes de qué planeta es...?

—Pues no tengo ni idea, supongo que será de Xoxô.

—Pues no señor: es de Mango.

—¡De Mango...! Pero si tú mismo me dijiste que ese era el planeta del que procedían los invasores de Xoxô.

Édison se quedó momentáneamente mudo, como para darle, con la espera, más expectación al relato.

—Bien, no te quedes ahí callado —le dije impaciente—. ¿Qué hace ese tipo con nuestras amigas?

—Monú es un gran científico. Fue precisamente él, uno de los que diseñaron las naves que posteriormente se lanzaron a la conquista de Xoxô. Pero Monú no concebía que aquello que con tanta devoción y esfuerzo contribuyó a construir, fuese luego usado para invadir y someter a otros mundos.

—Sufrió, por tanto, una gran desilusión; se volvió escéptico y al final terminó haciéndose poeta. Como quiera que sus opiniones se tornaran incómodas para sus superiores y gobernantes, acabó siendo declarado enemigo del sistema.

—Fue juzgado y condenado a pasar veinte años de cautiverio en no sé cuál asteroide-prisión de su sistema solar.

—Cuando era transportado a tan terrible lugar, del que pocos regresaban vivos; merced a su gran inteligencia consiguió neutralizar a los robots que lo custodiaban y hacerse con el control de la nave en la que era conducido a presidio.

Una vez dueño de los mandos, dudó acerca del destino que debía tomar. Pensó primero en dirigirse a algún lejano planeta de otra galaxia, habitado apenas por bestias y plantas, mas no por seres “racionales”, y allí pasar los años que le quedaban de vida; meditando sobre la inutilidad de la existencia. Ya decía el gran poeta Fernando Pessoa: “La vida de nada sirve; pensar en la vida de nada sirve...”

—Pero al final, aun a riesgo de jugarse el pellejo, optó por dirigir su nave al planeta Xoxô. Creyó que estaba en deuda con aquellos seres a los que, aunque involuntariamente, había contribuido a subyugar.

En este punto Édison detuvo su narración, sentándose sobre una de las muchas rocas que por allí había. Después de un breve instante me dijo:

—Vamos a parar un poco, estoy cansado. ¿Cuánto falta para llegar?, llevamos ya más de una hora andando.

—Pues no lo sé; supongo que aún queda hora y media, o algo más; vamos a buen paso. Pero recuerda que tenemos oxígeno sólo para cuatro horas; haz un esfuerzo, cuanto más avancemos, más oportunidad tendremos de salvarnos.

—De acuerdo, pero caminaremos un poco más despacio, yendo más descansados también consumiremos menos oxígeno.

Después de una breve pausa emprendimos de nuevo la marcha; más sosegada, como quería Édison. Le pedí entonces que siguiera con la historia de Monú.

—Pues como te iba diciendo, Monú tomó una decisión que le honra; se puso a disposición de las xoxonas para contribuir, en la medida de sus posibilidades, a la lucha por la liberación de Xoxô. Sin ir más lejos, la nave a la que nos dirigimos es aquella de la que él se apoderó cuando inutilizó a los robots que lo conducían al asteroide-presidio. Y como esta puede viajar a través del espacio-tiempo, decidieron iniciar este largo periplo para buscar ayuda en otros mundos: ¡difícil misión!.

—Emprendieron el viaje sin fijar un destino, y decidieron dar un salto por el espacio-tiempo para alejarse lo más posible de Xoxô; mas, como quiera que tales saltos no siempre resultan bonancibles, aparecieron justo en el cinturón de asteroides; con tan mala fortuna que la nave fue a chocar contra uno de esos cuerpos rocosos, lo que produjo una avería que precisaba reparación.

—Marte era el planeta que les pillaba más cerca y aquí vinieron para tal fin. Entonces fue cuando se percataron de la existencia de nuestra base y, de forma discreta, decidieron ponerse en contacto con nosotros.

—Y ahora ya ves...; somos nosotros los que queremos llegar a ellas. Tú, porque te mueres de ganas por volver a ver a María; yo, porque me muero de ganas por abandonar la docencia: aquí estamos, como dos gilipollas, jugándonos el pellejo”.

Es que “El corazón tiene razones que la propia razón desconoce” le contesté.

—Debe ser eso... —dijo él.

Y así, con esta y otras pláticas iba pasando el tiempo, hasta que comenzamos a percibir cómo, por el este, la cerrazón del cielo se iba coloreando de un tenue fulgor rojizo. Aún no se veía el disco del sol, pero sin duda faltaba ya poco: comenzaba a amanecer...


 9


Anduvimos aún algo más. Al final llegamos al borde de aquel inmenso precipicio que constituía una de las paredes del cañón.

Justo en ese momento los primeros rayos del sol empezaban a proyectarse sobre aquella planicie cósmica; brutalmente cortada por la recia mano de la naturaleza.

El otro extremo de aquel impresionante cañón se encontraba como mínimo a tres kilómetros de nosotros y, según decían los planos topográficos, tenía unos ochocientos metros de profundidad.

A medida que pasaba el tiempo la luz se iba adueñando de aquel paraje sobrecogedor. Las sombras que proyectaban las incontables rocas que por allí había, eran como largas manchas oscuras que poblasen aquel desierto rojizo y frío.

El cielo adquiría por momentos un matiz más claro y rosado. Pero aun siendo todo aquello impresionante, lo que más me sorprendió fue ver cómo se iba iluminando, lentamente, la pared opuesta del desfiladero.

Eran ya las ocho de la mañana, nos quedaba apenas una hora de oxígeno y no disponíamos, en nuestras escafandras, de ningún emisor para comunicarnos con la base. Sólo había una alternativa: quedarnos donde estábamos. Si las xoxonas habían detectado nuestra presencia y venían a rescatarnos, viviríamos. Si no, aquel sería nuestro último amanecer.

Pasaba el tiempo y nadie aparecía por allí; ya empezaba a preocuparme:

—Este cañón es inmenso, debe tener muchos kilómetros de largo; tal vez la nave de las xoxonas esté muy lejos de aquí, y no disponemos de ningún medio para ponernos en contacto con ellas.

—Tranquilízate —me dijo Édison— y estáte quieto, cuanto más te muevas más rápidamente consumirás el oxígeno que te queda. Solo resta sentarnos y esperar.

Así, esperando, pasó media hora. Los dos en silencio. Yo, cada vez más arrepentido de haberme metido en aquel berenjenal, de haberme enamorado de María; maldecía a Cupido: “¡Vil embaucador: bien sabes tú que el amor trae muchas más que complicaciones...!”

Pero de pronto, por el Oeste, del fondo de aquel abismo comenzó a emerger un objeto brillante y plateado, que contrastaba vivamente con el firmamento rojizo. Al principio parecía muy pequeño, pero, poco a poco, a medida que se acercaba hacia donde estábamos, se distinguía mejor.

—¡Ahí están! —gritó Édison entusiasmado— ¡Estaba seguro de que nos encontrarían!

Aquella formidable nave se fue aproximando lentamente hasta que por fin se detuvo, justo al lado del lugar en que nos encontrábamos. Suspendida en el aire, a solo unos cuatro metros del suelo, pero sin llegar nunca a tocarlo.

No emitía ruido alguno, apenas se percibía una pequeña vibración; la sensación casi imperceptible de que la tierra temblaba bajo mis pies.

Aquel artefacto tenía la forma clásica de un platillo volante; de color plateado, tirando a oscuro y muy brillante. De unos 60 metros de diámetro. Giraba lentamente sobre sí mismo, pero sin desplazarse ni un milímetro de la posición en la que se detuvo.

Nos quedamos quietos, de tan impresionados que estábamos ante semejante aparición.

Poco después, de la panza de aquel platillo volante, se proyectó hacia el suelo una especie de tubo de luz; de aproximadamente dos metro de diámetro, que, pasados unos segundos, se desvaneció. Entonces pudimos ver, justo en el lugar donde se había proyectado aquel ancho haz luminoso, a una figura vestida con un reluciente traje espacial. La escafandra era esférica y transparentare, como si la cabeza de aquel ser estuviese cubierta por una gran pecera.

Se acercó hasta donde estábamos y al llegar a nuestra altura nos saludó haciendo un gesto con la mano.

Enseguida la reconocí. Era una de aquellas chicas que se hacían pasar por terrícola en la base. Al verla sentí una alegría infinita.

Aunque aquellos trajes nos hurtaban el sentido del tacto, recogí su mano entre las mías, a la vez que, mirándola, sonreía agradecido.

Ella también sonrió de forma abierta y franca. Después, mediante gestos, nos indicó que la siguiésemos. Fuimos caminando por debajo de la nave hasta llegar al centro. En aquel punto, el platillo volante apenas si estaba a dos metros sobre nuestras cabezas. Continuaba suspendido en el aire por alguna fuerza desconocida, girando muy lentamente sobre sí mismo.

Entonces nuestras amiga nos atrajo hacia sí, agarrándonos por los brazos; cuando estuvimos los tres bien juntos, se proyectó sobre nosotros una espacie de haz luminoso que nos envolvió por completo. Hasta tal punto que dejé de ver todo lo que había a mí alrededor. Por un momento sentí vértigo, como si una fuerza desconocida me hiciese girar sobre mí mismo. Pero aquella sensación de pérdida de consciencia duro muy poco; cuando me quise dar cuenta ya estábamos los tres a bordo.

Nos quitamos las escafandras y nos pusimos cómodos. Vi a María; fue en lo primero que me fijé, sólo tenía ojos para ella, estaba como embobado. El amor me tenía algo trastornado. Me daban ganas de abrazarla y besarla, allí mismo, delante de todo el mundo; pero como era un poco tímido me daba vergüenza.

Además de mi amada, había en la nave otras cinco jóvenes xoxonas; tres de las cuales no eran otras sino las que conocía de la base, cuando se hicieron pasar por terrícolas. A las otras dos no las había visto antes. También estaba allí Monú, que tal como me contó Édison, era un tipo bastante raro.

Nos explicaron que no habían salido antes a nuestro encuentro porque no imaginaban que fuésemos nosotros. Pero, cuando detectaron que nos quedábamos quietos, al borde del abismo, supusieron que, fuésemos quienes fuésemos, deseábamos ponernos en contacto con ellas. Entonces fue cuando dirigieron su nave hacia el lugar en que nos encontrábamos y, a través de su amplificador de imagen, pudieron comprobar quiénes éramos.

Por nuestra parte les explicamos el motivo de la precipitada fuga. Entonces comprobé que María parecía contenta y satisfecha, pues la reparación de su nave estaba casi concluida y el adelanto en nuestra llegada acortaba en unos días el inicio del viaje hacia la Tierra.

Luego de la natural agitación interior por ver a quien tanto amaba, me puse a observar detenidamente a Monú. Era aún más raro de lo que me imaginaba. Sus ojos eran grandes, muy grandes y muy brillantes; saltones y completamente redondos. El iris, de color salmón, también era enorme, y las pupilas, eran dos finas rayas negras y horizontales. Pero lo que más me impresionó fue comprobar que sus párpados no se abrían y cerraban de arriba a abajo, como los de los humanos; sino de izquierda a derecha. Su cabeza también era digna de mención: muy alargada, como un melón de Villaconejos. En vez de pelo tenía escamas plateadas; muy finas y largas, pero escamas a fin de cuentas. A lo mejor era un saurio-humanoide, o un humanoide-saurio. Vaya usted a saber... Eso sí, cola no tenía.

Noté que él también me observaba de arriba a abajo, con no menos interés.

—¡Es increíble! —dijo Monú, que ya dominaba nuestro idioma—, no alcanzo a comprender cómo, tanto en la Tierra como en Xoxô, que distan millones de años luz, existan seres tan parecidos. A simple vista nadie sabría decir cuál es de un planeta y cuál de otro; esto no tiene una explicación lógica.

—No tendrá explicación lógica —le contestó María-, pero el hecho es que hasta pueden copular con nosotras. Yo misma lo comprobé, con este joven, cuando estuve en la base de los terrícolas.

Aquellas palabras me turbaron profundamente. Hablaba de copular conmigo como si se tratara de un experimento científico. ¡Con lo enamorado que estaba de ella...!

Deduje de lo que había dicho, que tal vez el amor, en su planeta, estaba sujeto a otros usos y costumbres. Y vino a corroborar tal suposición el hecho de que cuando María dijo: “...hasta pueden copular con nosotras.”, las otras xoxonas me miraron con ojos ávidos. Hubo incluso una que se relamía los labios mientras clavaba sus ojos en mí.

Yo les dije que el amor, entre los terrícolas, era algo que estaba por encima del simple apareamiento; que era un estado especial del espíritu.

Ellas me miraron atónitas, con cara de no haber entendido nada, como si se dijesen a sí mismas: “Qué cosas más raras dice el tío éste...”

Entonces intervino Édison:

—Pues a mi espíritu no le vendría nada mal un café, Estoy harto de agua y pastillas alimenticias.

—¡Café!; ¿qué es eso? —preguntó Monú.

—Un líquido negro y caliente que toman los terrícolas —le dijo María—. Nosotras lo bebimos cuando estuvimos en la base. Le echan unos polvos blancos y lo menean todo con una especie de palito.

—¡Señora! —dijo Édison, dirigiéndose a María un tanto indignado—; ¡cómo que un líquido negro y caliente! El café es desde hace muchos siglos la infusión más apreciada en la Tierra. Y esos polvos blancos de que habla, son el azúcar.

María lo miró un tanto extrañada y sin decir palabra. Se conoce que era la primera vez que un terrestre se dirigía a ella así, en ese tono.

Todo parecía indicar que la ausencia de café era algo que a Édison le cambiaba el carácter.

Fue Monú quien rompió el hielo:

—Nuestros amigos tendrán ganas de comer y descansar; retornemos a nuestra base.

Acto seguido, y sin que nadie tocase un solo mando, noté que la nave se elevaba lentamente. A la vez, comprobé cómo la cúpula que nos servía de techo se hacía transparente; parecía hecha de un cristal que fuese perdiendo poco a poco su opacidad.

Nos elevamos, pero no mucho, giramos hacia el borde del cañón y comenzamos a descender lentamente hasta la sima de aquel descomunal abismo.

Cuando al final la nave se detuvo, fuimos transbordados a una base que había en aquel lugar. Era ésta pequeña, como la carpa de un circo ambulante; como si aquello fuese una instalación provisional.

Nos recibieron otras dos jóvenes xoxonas a las que nunca antes había visto. También había dos extraños robots.

—Aquí es dónde permanecemos la mayor parte del tiempo desde que llegamos a Marte —dijo Monú—. Estos robots que veis, son los que me vigilaban y conducían la nave cuando intentaron mandarme al asteroide-presidio. Conseguí reprogramarlos, y ahora están para lo que nosotros queramos. En estos momentos los usamos para reparar los daños que sufrieron algunas piezas cuando chocamos con el asteroide. Ya falta poco para terminar y pronto podremos partir hacia la Tierra.

Aquellos cacharros no eran unos androides stricto sensu. Su forma en nada se parecía a la de una figura humana. Más bien recordaban a aquellos enormes saurios carnívoros que en tiempos remotos poblaron la Tierra. Tenían más de dos metros de alto. Cuando estaban parados se apoyaban en el suelo mediante dos robustas patas y una cola no menos recia. Cuando avanzaban, inclinaba el cuerpo hacia delante y levantaban la cola del suelo. Sus brazos eran cortos, rematados por una especie de manos muy especializadas, incluso para labores de alta precisión. Lo que más me impresionó, no obstante, fue la cabeza, dotada de unas enormes mandíbulas, en las que se insertaban dos filas paralelas de afilados colmillos metálicos. Y no menos sorprendido quedé al observar lo que parecían ser los ojos de aquellos ingenios; de los que vi proyectarse sendos rayos calóricos, utilizados para fundir, como si fuese mantequilla, una pieza de metal cilíndrica y pulida.

Por qué tienen esos terribles colmillos le pregunté a Monú.

—Los diseñan así para aterrorizar a todo aquel que ose oponer resistencia. Supongo que ver cómo alguien es descuartizado por esas terribles mandíbulas, debe producir tal sobresalto que trastorne el ánimo del más valiente: terror psicológico.

Iba a continuar preguntándole más cosas pero en ese momento se acercó una de las jóvenes xoxonas con una especie de desayuno: sin café y sin un pitillo que echarse a la boca después de la refacción.

Luego de acabado el tentempié, intervino Édison:

—Cuantos antes comencemos los preparativos para largarnos de aquí, tanto mejor.

Y dicho esto le propuso a María y a Monú que volviesen con él a la nave; pues allí se dejó toda la documentación necesaria para indicarles, con precisión, a qué tiempo y lugar teníamos que dirigirnos para dar con aquellas brujas que tenían tratos con el Diablo.

Las jóvenes xoxonas, que en total eran siete, se quedaban en aquella pequeña base de operaciones. Y la pidieron a María —que era la que mandaba— que me que dejase allí, con ellas, para que aprendiese a manejar los robots...

A María le pareció muy bien la idea; aunque a mí, no. Pero aún albergaba la esperanza de que ella me quisiese y me mandase luego llamar para estar conmigo.

- Muchacho, aliméntate bien; sospecho que estas señoritas con las que te quedas son muy fogosas —Me dijo Édison, no sin cierta malicia, antes de retirarse.

Y allí me quedé, solo, con aquellas chicas y aquellos extraños robots. Las muchachas, robustas y fuertes, me miraban y hablaban entre ellas en su lengua, riendo pícaramente. Entonces se apoderó de mí una súbita tristeza.

Pensé en los motivos que los demás tenían para encontrarse allí.

María y las otras xoxonas buscaban ayuda para liberar su invadido planeta. A Monú tampoco le faltaban razones; habían intentado mandarlo a una prisión de la que probablemente no saldría vivo. ¡Y qué decir de los motivos de Édison!; tal vez los más poderosos: huir de la docencia.

Pero yo...: ¿qué causas pendientes tenía para abandonar mi mundo y mi vida...? ¿Acaso no me habían subido el sueldo?; ¿acaso no habían mejorado mis condiciones laborales después de la huelga?; ¿acaso no regresaban a la Tierra aquellos alumnos gamberros?...

Si me hubiera quedado en la base, uno o dos años, habría ahorrado lo suficiente como para comprarme un pisito, en mi barrio, cerca de mi familia y mis amigos. Seguro que me hubiera echado una buena novia con la que casarme, como quería mi mamá.

Pero todo aquel castillo de ilusiones estaba definitivamente derrumbado. ¿Por qué?: porque me había dejado arrastrar por una pasión que al parecer no era correspondida con la misma intensidad.

Al verme así, afligido y cabizbajo, aquellas muchachas se acercaron aún más, para observarme detenidamente. Hablaban en su idioma, supongo que de mí.

Por fin una de ellas se puso frente a mí, mirándome. Cogió mis manos entre las suyas y me dijo:

—Tú no eres como los demás: tú eres un valiente. Has venido a ayudarnos porque has querido, como Monú y como Édison, y nosotras te admiramos.

Al oír aquellas palabras y al ver la expresión de su semblante, sincera y amorosa, me sentí fortalecido. Todos aquellos pensamientos tristes que se iban apoderando de mí, desaparecieron como por encanto.


10


Apenas una semana después ya estaba desmantelada la pequeña base. La nave, por fin, totalmente reparada.

Édisón se dirigió a todos nosotros:

—Amigas y amigos: ya que María no duda en acudir a los lugares más intrincados con tal de conseguir ayuda para liberar Xoxô; vamos a intentar llegar a un sitio ciertamente escabroso: nada menos que al mismísimo Infierno.

—Mas para realizar tal viaje necesitamos consultar a alguien que cuando menos haya tenido relaciones o encuentros con el propio Satán o, en su defecto, con alguno de sus acólitos.

—Como quiera que en los tiempos que corren hoy por hoy en la Tierra, de acerbo pragmatismo, es prácticamente imposible encontrar a alguien que sepa donde mora el susodicho Diablo, he traducido estos documentos de la Inquisición, que tratan de los procesos a que fueron sometidas unas brujas del siglo XVII.

—Muchas de estas mujeres fueron acusadas, precisamente, de tener tratos con el Maligno. Algunas, incluso, fueron llevadas a la hoguera por tal motivo.

—Después de un estudio exhaustivo de tales legajos, he llegado a la conclusión de que la persona que más se ajusta a nuestras expectativas se llamaba Inés Cadela. Esa mujer fue capturada por los esbirros del “Santo Oficio” el 26 de octubre de 1692. Os voy a leer, íntegramente, lo que contó en los interrogatorios a que fue sometida.

Édison comenzó a leer... Omito la primera parte del documento que ya fue revelada al lector de esta verdadera historia en el capítulo tres. Transcribo a continuación el relato desde el punto en que lo dejamos en aquella ocasión:

... El lenguaje y los modos con que el Demonio se dirige a ellas, difiere de cómo los hombres hablan a las mujeres. Solamente se entienden a través de cierta jerigonza y modo de silbar y hablar entre dientes. Y muchas de ellas, o todas, tienen a un demonio, con el que duermen, por su marido o rufián, y lo llaman, algunas: Mi Coroal.

Los días en que se juntan son los miércoles y los viernes; tales días, dando el reloj las doce de la noche, las brujas se untan con ciertos ungüentos de confección diabólica. Después de untadas, el Demonio las lleva por la ventana, por la chimenea o a través de algún agujero por donde pueda caber una mujer, y, en breves momentos, volando por los aires, las dejan en ciertos parajes que ellas desconocen”.

Paró en este punto Édison su lectura para tomar aliento, pero antes de que pudiese de nuevo continuar, María le dijo:

—No hace falta que sigas leyendo, no necesitamos por ahora más detalles. Ya sabemos que esa mujer que vivió en el pasado de tu planeta trataba con el Diablo, el Demonio, el Maligno..., o como se llame.

—Ahora sólo resta saber si Monú puede conseguir que la nave retroceda al tiempo en que vivía aquella bruja. Si esto es así, hablar con ella y pedirle que nos ponga en contacto con el Demonio. Y si, como dices, en ese lugar al que llaman Infierno existe el fuego eterno, estudiar la forma de transportarlo a Xoxô, para ver si así podemos librarnos de una vez por todas del maldito invasor que nos subyuga y aflige.

—Así que manos a la obra...

—A ver, Monú: ¿están ya hechos los cálculos para trasladarnos al tiempo en que vivía aquella bruja?

Sí, señora, creo que está todo listo. Hemos tenido que trabajar duro Édison y yo para afinar al máximo. El modo que tienen los terrícolas de medir el tiempo, nada tiene que ver con el que usamos en mi planeta. No obstante, salvo fallo o error imprevisto, creo que podremos retroceder justo hasta el momento en que vivía aquella señora bruja.

—¡Pues ale! —dijo María—, pon la nave en marcha y larguémonos de una vez de este planeta inhóspito y frío.

Recuerdo aquel día como si lo viviese hoy mismo. Monú había decidido correr el menor riesgo posible. Tenía en su haber la experiencia del viaje anterior a través del espacio-tiempo; cuando chocaron con el asteroide que averió la nave, y no estaba dispuesto a que un incidente similar volviera a repetirse.

Optó, pues, por viajar en el tiempo sin desplazamiento por el espacio. Retrocederíamos a primeros de 1692 (año terrestre), sin movernos de un punto muy próximo a Marte, y después partiríamos hacia la Tierra.

La nave comenzó a elevarse majestuosamente desde la sima del cañón. Seguimos subiendo y subiendo hasta situarnos a una distancia prudencial de Marte.

No puedo decir a cuánta distancia nos hallábamos del planeta; lo único que recuerdo perfectamente es que la nave se orientó hacia una posición desde la que podíamos verlo totalmente iluminado por el sol.

Para que el lector pueda hacerse una idea precisa, veíamos Marte de un tamaño tres o cuatro veces mayor que el de la luna llena vista desde la Tierra.

Entonces Monú nos dijo a todos:

—Vamos a retroceder al tiempo que nos ha indicado nuestro amigo Édison. Para ello voy a poner en práctica un nuevo sistema. La nave girará sobre sí misma a una velocidad superior a la de la luz; generando así un agujero de gusano que nos transportará hacia el pasado. De tal modo y manera que, si todo sale como supongo, nos encontraremos, finalizadas las rotaciones, en el mismo lugar en que nos encontramos ahora pero en el tiempo exacto al que pretendemos llegar.

—Para que nuestros cuerpos no sufran daño alguno, cada uno de nosotros tendrá que introducirse dentro de estos diminutos compartimentos en los que apenas cabe una persona.

Los habitáculos de que hablaba Monú eran unos largos y estrechos cilindros, de un material bruñido, opaco y muy brillante, que se hallaban en la parte inferior de la nave. En total sumarían unos veinte.

Las xoxonas, que ya habían viajado a través del tiempo, se introdujeron cada una en el suyo sin el menor sobresalto o temor.

Al final quedábamos sólo Édison y yo. Édison hizo lo propio y Monú cerró el cilindro como antes hiciera con los otros; como me vio preocupado e indeciso, me dijo:

—Vamos, muchacho..., métete ahí; si te quedas fuera tu cuerpo se desintegrará.

—Pero y tú..., no te introduces en un habitáculo de estos... —le contesté.

—Claro que sí; en cuanto estés dentro y cierre el tuyo. Vamos..., no tengas miedo y haz lo que te digo. Aquí tenemos que confiar ciegamente los unos en los otros. Todos luchamos por el bien más preciado: liberar el planeta de María.

Aquellas palabras me tranquilizaron un poco, y al final terminé metiéndome en aquel estrecho habitáculo. Tan estrecho que para poder cerrarlo tuve que encoger los brazos por encima del pecho. Una vez en el interior, ya cerrada la tapa, la oscuridad era total. Y tal como suponía, comenzó a apoderarse de mí una insoportable claustrofobia. Intenté moverme, agitar los brazos; pero fue cuando empecé a notar cómo una masa blanda y viscosa se expandía por la superficie que aún quedaba en aquel diminuto espacio por ocupar. Entonces noté una sensación peor aún: ya no podía respirar y la inmovilidad era total.

Afortunadamente aquella insoportable angustia duró poco. Enseguida perdí el conocimiento.

No sé cuánto tiempo permanecí allí metido; sólo recuerdo que noté unos golpecitos en el rostro y una voz distante que me decía: “Vamos..., despierta...”

Cuando por fin abrí los ojos, comprobé que era una de las jóvenes xoxonas que, a base de darme unos cuantos tortazos, consiguió sacarme del letargo en que anduve sumido.

Lo primero que recordé, al recuperar la consciencia, fue la sensación de angustia que me produjo el haber estado encerrado en aquel diminuto cubículo. Pero ahora ya no estaba allí. Me hallaba con los demás, en la parte superior de la nave. Contemplando, como antes, y desde la misma distancia, al planeta Marte.

—Ya hemos viajado al pasado —dijo Monú.

La verdad era que, excepto un fuerte dolor de cabeza, yo no percibía nada que hiciese suponer que hubiésemos sido transportados al pasado.

—Entonces me dijo Édison:

—Mira ahora la superficie del planeta.

Fue cuando pude apreciar que algo había ocurrido. Antes del supuesto viaje por el tiempo, Marte se veía con toda nitidez. Sin embargo, ahora estaba completamente envuelto por una capa de nubes rojizas en movimiento.

—Lo que estás viendo son esas nubes de polvo que arrastra el viento y que cada diez años, aproximadamente, asolan toda la superficie del planeta; hasta tal punto que es totalmente imposible distinguir el más burdo perfil de su relieve.

Después observé a Monú que andaba de un lado para otro, revisándolo todo. Finalizada aquella inspección nos dijo:

—El viaje en el tiempo se ha realizado con precisión matemática; todos estamos bien y la nave no ha sufrido el menor daño. Sólo resta, ahora, encaminarnos hacia la Tierra.


MARÍA

  MARÍA introducción A mí siempre me ha gustado María. Cuando éramos jóvenes nunca se lo dije, ni siquiera una vez que bailó conmigo en un g...